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Media mañana de un día cualquiera. Suena el teléfono.
-Hola ¿Demetrio?
-Sí.
-Aniceto Quintana. ¿Puede venir a mi oficina ahora? Le recompensaré por su tiempo.
-No hace falta. ¿Pasó algo?
-Allanaron mis oficinas.
-Voy.
   Veinte minutos después me encontraba en el Palacio Barolo. Me anuncié al encargado y subí al 5º piso. No tuve que buscar la oficina, era la única puerta abierta del pasillo. Encontré a Quintana de pie en medio de un desorden de cajones sacados de lugar, carpetas revueltas y papeles tirados. No había perdido la serenidad, pese a todo.
-Me han robado el disco duro de la computadora. No importa, guardo copia de todo en la memoria extraíble.
   Señaló un implemento cuadrado con un cable que había conectado recién a la PC.
-Van a aburrirse leyendo balances y permisos de exportación. No había otra cosa en el disco.
-¿Había dinero, chequeras?
-Plata no. Las tarjetas de crédito las llevo encima. Había una chequera del Citibank, esa no la robaron.
-Qué raro…
-Por eso lo llamé a usted, en lugar de mi abogado. Sospecho que esto tiene relación con nuestro proyecto.
-¿La Cápsula del Tiempo?
    Quintana asintió, mientras acercaba dos sillas. Nos sentamos uno frente a otro en el centro de la habitación.
-Quieren destruirla.
-¿Porqué cree eso?
-Yo eché a los mormones del club.
-Venganza… es un buen móvil.
-Acá estuvieron buscando algo que no encontraron.
-¿Qué cosa?
-Una llave, un documento, lo que fuera. Alguna pista que los llevase hasta ella.
-¿Porqué está tan seguro de que fueron los mormones?
-Tengo mis informantes. En la esquina de mi casa hay una garita de seguridad, el guardia me contó hace poco que vio a mi empleada de limpieza hablando con un rubio de traje, el tipo le dio plata.
-Jeremy…
  Mi interlocutor hizo un gesto de fastidio, como si quisiera alejar un mosquito.
-El guardia pensó que la sobornaba para dejarlo entrar a mi casa, pero yo creo que le preguntó dónde guardaba los objetos donados. Dora le habrá dicho que no están en mi casa, por eso allanaron mi oficina.
-¿Le pidió explicaciones a su empleada?
-La despedí.
-¿Y cómo encontraron su oficina?
-Por Google, en la página del Registro Público de Comercio. Figuro como director de la Sociedad Anónima que administra mis estancias.
-Hoy en día no es fácil esconderse.
-No necesito esconderme, me basta con mantener en secreto la existencia de mi baulera. Eso quería consultarle a usted. ¿Pueden averiguar que soy propietario de una baulera en este edificio?
-Depende de si está designada como Unidad Funcional complementaria. En ese caso, puede averiguarse con un informe al Registro de la Propiedad Inmueble. ¿Tiene aquí una copia del título de propiedad de la oficina?
    Quintana tecleó la combinación de su caja fuerte, y me entregó una copia de la escritura pública guardada en su interior.
-La caja fuerte no pudieron abrirla, por suerte. Un trabajo de chambones.
   Leí la parte correspondiente a su Unidad Funcional –“para ser destinada exclusivamente a oficinas comerciales”-, y nada refería acerca de una unidad complementaria destinada a baulera. Esa parte del edificio era común, evidentemente. Al final de la carpeta que contenía la escritura había agregada un acta de fecha anterior, firmada por todos los copropietarios, donde se confería al propietario de esa Unidad Funcional el uso exclusivo de un espacio en el segundo sótano del edificio.
-Congratulaciones, Quintana. Su baulera no está identificada en el Registro de la Propiedad Inmueble. Usted tiene asignación de uso exclusivo de ese espacio por un acta del Consorcio, a la cual nadie tiene acceso fuera del edificio.
-Perfecto, Demetrio. Gracias.
-De nada. Aunque si encontraron la llave en algún cajón, podrían sospechar que tiene una baulera.
-Despreocúpese. –Quintana sacó un manojo de llaves del bolsillo y lo hizo tintinear-. Desde que empecé a construir la Cápsula del Tiempo, siempre la llevo encima.
   Salimos de la oficina y Quintana cerró con la nueva llave que había hecho poner.
-Vamos abajo, quiero agregar un candado a la puerta de la baulera.
   Descendimos por el ascensor, y luego por las escaleras, hasta dar en el segundo sótano. No había señales de violencia en el umbral de la baulera, y el monograma AQ lucía lustrado. Mi acompañante abrió la puerta de reja y rebuscó en una caja de herramientas, hasta encontrar un taladro eléctrico con el cual perforar la pared. Yo entré tras él, y quedé asombrado al ver la construcción terminada. Eran tres anillos perfectos de ladrillos techados en bóveda, como una pagoda. Cada anillo tenía un portal, aunque no estaba alineado con los demás, como comprobé internándome en este pequeño laberinto. Antes de atravesar el segundo portal (el primero era la puerta exterior de reja) eché una mirada a Quintana, quien estaba absorto en su trabajo. Apenas presté atención a los objetos guardados, pues me intrigaba el Sanctasanctórum, y algo me decía que era un espacio prohibido. Llegué al tercer portal, que como el anterior, carecía de cerramiento. Era más pequeño que los anteriores –de hecho, el segundo era más pequeño que el primero- y lo obligaba a uno a agacharse para entrar. Esta es una técnica empleada en Oriente para forzar la reverencia a una deidad… y esto es lo que me encontré adentro.
   Una diosa profana, evocada en todas las imágenes y los objetos coleccionados por su adorador. Tita Merello, en su altar alumbrado con bujías eléctricas simulando velas. Tita, de espaldas pero vuelto el rostro al espectador en un póster blanco y negro, homenajeada por un ramo de rosas y gladiolos frescos. Tita, la forma de su pie guardada por unos zapatos charolados de tacón. Mil pequeños recuerdos de la actriz y cantante, que a mí nunca me gustó.
-¿Qué hace acá? –Quintana apareció de pronto en el portal, lívido. Evidentemente, pretendía mantener en secreto su pasión por esta antigua diva del tango.
-Linda colección –contesté, y me escabullí hacia afuera.  
   Mi acompañante pasó una gruesa cadena por el agujero recién hecho en la pared, y abrazó con ella el bastidor, tras lo cual la aseguró con un poderoso candado. Metió llave a la puerta y subimos sin decir palabra. Ya en la vereda nos estrechamos la mano formalmente, y cada cual rumbeó para su lado.










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