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-El señor Quintana no está.
-¿Dejó dicho dónde iba?
-No.
-Avísele por favor que lo llamó Demetrio.
-Cómo no. Ya tengo una larga lista de recados para darle cuando vuelva.
-¿Está ausente desde hace mucho?
-Varios días.
-Bueno… ya nos comunicaremos.
    Clic. El club no sesionaba desde hacía tres meses. Decidí llamarlo a Heriberto, por si sabía algo. Saltó el contestador. “En este momento me encuentro de viaje en las Islas Galápagos. Deje por favor su mensaje al sonar la señal…” Clic.
   ¿Quintana se habría ido con él a las Galápagos? Difícil. Heriberto estaba de novio, su viaje era una especie de luna de miel. Y a Quintana, como a mí, no le gustaban los tríos. No. Algo me decía que no estaba de viaje. La última sesión del club había sido festiva, y también, me pareció, definitiva. Habíamos alcanzado la convicción de un desastre inminente, el siguiente paso lógico sería construir el búnker… ¡ahora caía! Eso debía estar haciendo Quintana. Y ocultarlo a los demás sería incómodo, por lo tanto, no más sesiones.
    Me había picado la curiosidad. Yo lo acompañé en su viaje al bunker del Greenbrier, y quería saber cómo aplicaba lo visto a su propio refugio del Barolo. Tomé mi abrigo y salí, afuera hacía frío. Las cúpulas de la Avenida de Mayo destellaban con el sol bajo, aunque apenas eran las cinco de la tarde. Llegué a la galería del Barolo, y pregunté por Quintana al encargado. El hombre se acordaba de mí; señaló abajo, acompañando el gesto con un guiño de complicidad. Le di las gracias y bajé las escaleras. Al llegar al portón bajo el monograma AQ lo encontré abierto, y un albañil trabajando.
-Permiso… -dije entrando a la baulera.
-Pase. El patrón está al fondo.
    Caminé por el círculo exterior de la Cápsula del Tiempo, rodeando el Sanctasanctórum, y salí por un portal recién abierto del lado opuesto. Aquí me encontré en un departamento nuevo muy bien iluminado, que casi parecía una exposición de ventas, con su parquet reluciente y la moderna cocina con su mesada de granito bajo alacenas de madera lustrosa, la heladera y el horno plateado.
  Encontré a Quintana encolando un marco de madera en un dormitorio.
-Ah… hola, Demetrio. ¿Cómo está?
-Bien… me extraña verlo trabajando.
   Se limpió las manos con un rollo de papel y estrechó la mía.
-Los hombres posteriores al cataclismo deberán saber hacer de todo: carpintería, albañilería, un poco de plomería…
-Veo que se lo tomó en serio.
-Para alguien como yo, nacido en cuna de oro, no es fácil rebajarse a las manualidades de un obrero. Pero en un mundo devastado, el dinero no servirá para nada.
-Hágalo usted mismo o no lo haga.
-Venga, le mostraré mi pequeño refugio. Ya está casi terminado.
   El búnker constaba de cuatro dormitorios, tres modernos baños, cocina y living, y un depósito de alimentos y herramientas. Aquí funcionaba un generador eléctrico, suficiente para dar luz a toda la vivienda.
-No tengo lugar para construir más aquí. Debí sobornar al encargado para dejar pasar cada día a los albañiles, pues el reglamento de copropiedad no me permite edificar en la baulera.
-Está muy bueno, aunque sólo hay lugar para un par de familias.
-Cuanta más gente, más necesidades, más enfermedades y accidentes. Nuestra visita al Greenbrier me hizo comprender que un búnker gigantesco para mil personas sería una trampa mortal. Es más probable que un pequeño grupo sobreviva con poco alimento y menos emergencias médicas.
-Entiendo…
-En cierto momento pensé hacer un refugio que incluyera a los miembros del club. Pero razoné que querrían traer a sus familias, y no habría lugar ni recursos para tanta gente. Esto no es el Arca de Noé.
-Claro, faltan los animales…
-Así pues, corté por lo sano. Aquí vendrá mi hermana con su familia, y yo mismo. Los demás pueden hacer su propio refugio, si quieren.
-Me parece bien.
    La verdad, nunca había pensado tener un pent house bajo tierra. Además, las profecías hablan de un cataclismo breve, apenas tres días. En cualquier sótano se podría aguantar, o en los túneles del tren subterráneo. Luego se podría volver a habitar en la superficie.
-Bueno Quintana, lo felicito por la obra. Me habían dicho en su casa que faltaba desde hace varios días y quise asegurarme de que se encontraba bien.
-Estoy probando la habitabilidad del búnker. Y nada mejor para eso que quedarme a dormir unos días acá. El generador funciona perfecto, abastece la electricidad requerida desde hace una semana.
-Me voy yendo, entonces.
-¿Sabe qué quería pedirle? Una fotocopia de las mejores profecías: San Malaquías, Solari Parravicini, Ana María Taigi. En su momento busqué la biografía de ella escrita por el cardenal Salotti, y no la encontré. Quisiera tener ese material acá.
-Puedo escanear los textos y enviárselos por mail…
-No, el soporte electrónico no es seguro. Prefiero el papel.
-“Durante los tres días de oscuridad, sólo alumbrarán las velas bendecidas”…
-Mire –dijo abriendo un cajón de la cocina-. Las tengo aquí.
-Pensó en todo.
-Todavía estaré en obra una semana más. Debemos terminar el cableado eléctrico y el electricista no apareció.
-La semana que viene le traigo eso, entonces.
-Arrivederci.
-Auf Wiedersehen.












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