3



 Pasó un mes vertiginoso. ¡Qué manera de bailar el tango! A solas, sin testigos, haciendo el amor de pie. Yo con el sombrero compadrito, ella con tacones altos y medias can can. Se me venía haciendo fintas, y saltaba sobre mí como una gata. Yo la sostenía adelantando una rodilla, donde ella se sentaba cruzando las piernas. Poco a poco subía colgada de mi cuello, hasta dar en el lugar exacto… yo no debía desmayar, aguantaba inmóvil hasta que sus sentadas cada vez más violentas me hacían explotar. ¡Santo Canaro! No sé cómo aguantaba, porque no soy ningún pibe.
   Al rato ponía otro disco de vinilo en su wincofón, y vuelta a empezar. Gardel y Lepera, D’Arienzo, Discépolo, Homero Manzi… todos los grandes compositores proveyeron la música para nuestros encuentros eróticos. Pero el preferido de Malena era Piazzola. Su tango posmoderno armonizaba perfectamente con su sensualidad. Era el sentimiento urbano de hoy, despojado de las viejas letras canyengues y sus valores anticuados. Yo apenas daba abasto para contener semejante torbellino de sensualidad. Por las noches sentía taquicardia, tomaba dos aspirinas y dormía diez horas seguidas.
   Llegó la siguiente sesión del club, y yo ni siquiera había mirado los libros de profecías. Bueno, no había prometido nada, pero me daba un poco de vergüenza presentarme a la reunión sin ningún dato nuevo. Aunque, pensándolo bien, el dato nuevo era mi romance con Malena. ¿Cómo se lo tomaría Quintana?
 En la Imperial no pareció importarle. Me calcé un saco gris topo con un corbatín finito negro y tomé un taxi rumbo a Palermo Chico. Al entrar al salón, donde había ya bastante gente conversando y bebiendo, me encontré con una sorpresa: ¡Malena abrazando a Quintana! Quedé cortado de repente, saludé de lejos al anfitrión y me fui junto a Antelo, quien charlaba con Fabián, el anteojudo fanático de Parravicini. En cierto momento, este último se fue a buscar unos canapés, entonces me descargué con Antelo.
-Parece que se me piantó la mina.
   El vocabulario tanguero se me había pegado, ya se ve.
-Así son las naifas, se acamalan con cualquiera. Y ni avisan.
   También Antelo, por lo visto, incurría en el lunfardo. ¿Todavía estaría con él Eduviges? La verdad, no me importaba. Y ni sé si me importaba lo de Malena, sinceramente. Pasada la primera impresión, una saludable indiferencia templaba mi ánimo. Quintana, el ganador de la noche, invitó a los presentes a sentarse para iniciar la sesión.
-Salud a todos. Damos inicio a nuestra sexta sesión. Hoy no hablaremos de profecías… sino de lo que nosotros vamos a hacer, tomando en cuenta las profecías. Sabemos que el mundo será destruido por el fuego, aunque no sabemos cuándo. También sabemos, porque nos lo dicen los mitos, que algunos seres humanos se salvarán de la destrucción general, y reconstruirán el mundo, tal como ocurrió en el último Diluvio. Esos pocos seres humanos tendrán en sus manos la cultura universal, ellos decidirán qué ideologías, qué religiones y qué obras de arte sobreviven, y cuáles no. Si sobrevive un grupo marxista, la humanidad posterior al cataclismo será marxista, sin excepciones; su organización económica será cooperativa y estatal, sin lugar para el capital privado. Si el fuego afecta a todos los países, menos a un país musulmán, entonces la humanidad del futuro reconocerá a Mahoma como único profeta. Si sobrevive Israel, pues entonces será Moisés el recordado, y nadie más. ¿Se dan cuenta de la responsabilidad que tendrán esas pocas personas?
  Ellos formarán la idiosincrasia del mundo, literalmente. Lo que ellos no recuerden, será condenado al olvido eterno. Me río de los formadores de tendencias actuales, ellos sólo crean una ola en el océano, que se choca y confunde con otras hasta desaparecer. Quien sobreviva al Cataclismo de Fuego, en cambio, modelará el flujo de los acontecimientos, sin interferencia de nadie. Será como Dios. ¿No le gustan los Beatles? Pues nadie tendrá ocasión de oírlos. Jamás.
   Aquí hizo una pausa, mientras algunos silbidos sonaban en la sala. Evidentemente, se trataba de un grupo retrógrado. ¿Eliminar a los Beatles del universo musical, y dejar en su lugar a D’Arienzo o Mariano Mores? Algunos de los presentes eran capaces de cometer ese crimen cultural, por lo visto. Quintana prosiguió su discurso con un golpe de efecto, demostrando que su mente no había estado inactiva el último mes.
-He decidido construir una cápsula del tiempo –aquí se oyó una exclamación de sorpresa general-. Como lo oyen. En ella se guardará todo aquello que deseamos que sobreviva al cataclismo. Será nuestro legado a la humanidad del futuro.
    Hurras, aplausos. La idea despertaba un entusiasmo unánime. A todo el mundo le gusta decidir cómo se comportarán los demás, cuál religión seguirán, a quién respetarán y a quién no, qué libros leerán... Y esta era la ocasión perfecta de influir sobre el prójimo. Yo tenía mis reservas sobre la conveniencia de meternos en la vida ajena, pero no podía oponerme a este proyecto, más bien inocuo. El Cataclismo de Fuego quedaba lejos –si es que iba a ocurrir- y el proyecto de armar una cápsula del tiempo era divertido.
-Me encanta. ¿Cómo podemos colaborar? –preguntó Eduviges desde la otra punta del salón, lo más alejada posible de Antelo.
-Cada uno traerá algo, lo que considere más importante para ser transmitido a la posteridad. No fotos familiares, por favor. Obras de arte, libros, música… símbolos, fotos de ciudades… no sé, lo que a ustedes se les ocurra.
-¿Los traeremos aquí?
-Aquí, sí, tendré un depósito en la pieza de servicio, hasta que encontremos el lugar adecuado para construir nuestra cápsula del tiempo.
-¿Puede ser un póster de Marilyn Monroe? -preguntó inocentemente Augusto.
   Quintana le lanzó una mirada de hielo.
-No. El símbolo sexual norteamericano no pasará a la posteridad.
-¿Por qué?
   Más le hubiese valido no preguntarlo. Aniceto “el Maniquí” Quintana avanzó unos pasos hasta situarse frente a Augusto, y respondió dejando aflorar un odio asesino en los ojos:
-Porque no.
   Fue suficiente. El clima de la reunión bajó drásticamente, de unos 30° centígrados a cero. Heriberto Antelo vino a salvar la situación, valiéndose de su simpatía personal.
-Pero podemos traer pósters de cracks del fútbol. Yo voy a traer uno de La Máquina: Di Stéfano, Pedernera, Moreno, Labruna y Lousteau.
-Yo voy a traer uno de Palermo –dijo un bostero, para mantener el equilibrio.
   La temperatura volvió a subir hasta unos 20°, y así se mantuvo hasta el final de la reunión. Antelo y yo nos fuimos los primeros, dejando el campo a las damas. En el taxi que me llevaba a casa iba canturreando “Milonga sentimental”, cosa rara en mí.














No hay comentarios:

Publicar un comentario