Pasó un mes vertiginoso. ¡Qué manera de bailar
el tango! A solas, sin testigos, haciendo el amor de pie. Yo con el sombrero
compadrito, ella con tacones altos y medias can can. Se me venía haciendo
fintas, y saltaba sobre mí como una gata. Yo la sostenía adelantando una
rodilla, donde ella se sentaba cruzando las piernas. Poco a poco subía colgada
de mi cuello, hasta dar en el lugar exacto… yo no debía desmayar, aguantaba
inmóvil hasta que sus sentadas cada vez más violentas me hacían explotar.
¡Santo Canaro! No sé cómo aguantaba, porque no soy ningún pibe.
Al rato ponía otro disco de vinilo en su
wincofón, y vuelta a empezar. Gardel y Lepera, D’Arienzo, Discépolo, Homero
Manzi… todos los grandes compositores proveyeron la música para nuestros
encuentros eróticos. Pero el preferido de Malena era Piazzola. Su tango
posmoderno armonizaba perfectamente con su sensualidad. Era el sentimiento
urbano de hoy, despojado de las viejas letras canyengues y sus valores
anticuados. Yo apenas daba abasto para contener semejante torbellino de sensualidad.
Por las noches sentía taquicardia, tomaba dos aspirinas y dormía diez horas
seguidas.
Llegó la siguiente sesión del club, y yo ni
siquiera había mirado los libros de profecías. Bueno, no había prometido nada,
pero me daba un poco de vergüenza presentarme a la reunión sin ningún dato
nuevo. Aunque, pensándolo bien, el dato nuevo era mi romance con Malena. ¿Cómo
se lo tomaría Quintana?
En la Imperial no pareció importarle. Me calcé
un saco gris topo con un corbatín finito negro y tomé un taxi rumbo a Palermo
Chico. Al entrar al salón, donde había ya bastante gente conversando y
bebiendo, me encontré con una sorpresa: ¡Malena abrazando a Quintana! Quedé
cortado de repente, saludé de lejos al anfitrión y me fui junto a Antelo, quien
charlaba con Fabián, el anteojudo fanático de Parravicini. En cierto momento,
este último se fue a buscar unos canapés, entonces me descargué con Antelo.
-Parece que se
me piantó la mina.
El vocabulario tanguero se me había pegado,
ya se ve.
-Así son las
naifas, se acamalan con cualquiera. Y ni avisan.
También Antelo, por lo visto, incurría en el
lunfardo. ¿Todavía estaría con él Eduviges? La verdad, no me importaba. Y ni sé
si me importaba lo de Malena, sinceramente. Pasada la primera impresión, una
saludable indiferencia templaba mi ánimo. Quintana, el ganador de la noche,
invitó a los presentes a sentarse para iniciar la sesión.
-Salud a todos.
Damos inicio a nuestra sexta sesión. Hoy no hablaremos de profecías… sino de lo
que nosotros vamos a hacer, tomando en cuenta las profecías. Sabemos que el
mundo será destruido por el fuego, aunque no sabemos cuándo. También sabemos,
porque nos lo dicen los mitos, que algunos seres humanos se salvarán de la
destrucción general, y reconstruirán el mundo, tal como ocurrió en el último
Diluvio. Esos pocos seres humanos tendrán en sus manos la cultura universal,
ellos decidirán qué ideologías, qué religiones y qué obras de arte sobreviven,
y cuáles no. Si sobrevive un grupo marxista, la humanidad posterior al
cataclismo será marxista, sin excepciones; su organización económica será
cooperativa y estatal, sin lugar para el capital privado. Si el fuego afecta a
todos los países, menos a un país musulmán, entonces la humanidad del futuro
reconocerá a Mahoma como único profeta. Si sobrevive Israel, pues entonces será
Moisés el recordado, y nadie más. ¿Se dan cuenta de la responsabilidad que
tendrán esas pocas personas?
Ellos formarán la idiosincrasia del mundo,
literalmente. Lo que ellos no recuerden, será condenado al olvido eterno. Me
río de los formadores de tendencias actuales, ellos sólo crean una ola en el
océano, que se choca y confunde con otras hasta desaparecer. Quien sobreviva al
Cataclismo de Fuego, en cambio, modelará el flujo de los acontecimientos, sin
interferencia de nadie. Será como Dios. ¿No le gustan los Beatles? Pues nadie
tendrá ocasión de oírlos. Jamás.
Aquí hizo una pausa, mientras algunos
silbidos sonaban en la sala. Evidentemente, se trataba de un grupo retrógrado.
¿Eliminar a los Beatles del universo musical, y dejar en su lugar a D’Arienzo o
Mariano Mores? Algunos de los presentes eran capaces de cometer ese crimen
cultural, por lo visto. Quintana prosiguió su discurso con un golpe de efecto,
demostrando que su mente no había estado inactiva el último mes.
-He decidido
construir una cápsula del tiempo –aquí se oyó una exclamación de sorpresa
general-. Como lo oyen. En ella se guardará todo aquello que deseamos que
sobreviva al cataclismo. Será nuestro legado a la humanidad del futuro.
Hurras, aplausos. La idea despertaba un
entusiasmo unánime. A todo el mundo le gusta decidir cómo se comportarán los
demás, cuál religión seguirán, a quién respetarán y a quién no, qué libros
leerán... Y esta era la ocasión perfecta de influir sobre el prójimo. Yo tenía
mis reservas sobre la conveniencia de meternos en la vida ajena, pero no podía
oponerme a este proyecto, más bien inocuo. El Cataclismo de Fuego quedaba lejos
–si es que iba a ocurrir- y el proyecto de armar una cápsula del tiempo era
divertido.
-Me encanta.
¿Cómo podemos colaborar? –preguntó Eduviges desde la otra punta del salón, lo
más alejada posible de Antelo.
-Cada uno traerá
algo, lo que considere más importante para ser transmitido a la posteridad. No
fotos familiares, por favor. Obras de arte, libros, música… símbolos, fotos de
ciudades… no sé, lo que a ustedes se les ocurra.
-¿Los traeremos
aquí?
-Aquí, sí,
tendré un depósito en la pieza de servicio, hasta que encontremos el lugar
adecuado para construir nuestra cápsula del tiempo.
-¿Puede ser un póster
de Marilyn Monroe? -preguntó inocentemente Augusto.
Quintana le lanzó una mirada de hielo.
-No. El símbolo
sexual norteamericano no pasará a la posteridad.
-¿Por qué?
Más le hubiese valido no preguntarlo.
Aniceto “el Maniquí” Quintana avanzó unos pasos hasta situarse frente a
Augusto, y respondió dejando aflorar un odio asesino en los ojos:
-Porque no.
Fue suficiente. El clima de la reunión bajó
drásticamente, de unos 30° centígrados a cero. Heriberto Antelo vino a salvar
la situación, valiéndose de su simpatía personal.
-Pero podemos
traer pósters de cracks del fútbol. Yo voy a traer uno de La Máquina: Di
Stéfano, Pedernera, Moreno, Labruna y Lousteau.
-Yo voy a traer
uno de Palermo –dijo un bostero, para mantener el equilibrio.
La temperatura volvió a subir hasta unos
20°, y así se mantuvo hasta el final de la reunión. Antelo y yo nos fuimos los
primeros, dejando el campo a las damas. En el taxi que me llevaba a casa iba
canturreando “Milonga sentimental”, cosa rara en mí.
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