4



Las cinco de la tarde. Yo estaba en mi escritorio, acomodando los papeles de tres sucesiones que estaba llevando. Mis clientes eran todos parientes, con los mismos nombres intercambiados, lo cual me hacía confundir seguido. Para evitarlo, había comprado carpetas de distintos colores para cada sucesión, pero aún así las partidas de defunción y nacimiento de homónimos me tenían a mal traer.
En eso sonó el timbre; aproveché la distracción para apilar las carpetas y guardarlas, olvidándome del trabajo por el resto del día. Bajé por el ascensor hasta la planta baja, y cuál no sería mi asombro al encontrarme al Maniquí Quintana en persona frente a mi puerta. De traje y corbata, como siempre, parecía apurado.
-¿Cómo le va, Quintana? ¡Qué sorpresa!
-Me estoy yendo para la cápsula del tiempo. ¿Quiere venir?
-¿Ahora?
-Sí. Vamos en mi auto.
   Eché una mirada al Mercedes Benz con las balizas titilando.
-Espéreme un minuto. Traigo unos libros y voy con usted.
    No me la iba a perder. Mientras subía por el ascensor me decía que este tipo hacía las cosas rápido. Sólo una semana atrás su proyecto estaba verde, y ahora ya hablaba de él como si fuese una realidad. Tomé un ejemplar de cada uno de mis cinco libros de poemas, y bajé a reunirme de nuevo con Quintana. El viaje en el Mercedes fue breve, sin que ninguno de los dos pronunciase una palabra. Había un asunto de faldas entre ambos que no deseábamos discutir.
   Quintana aparcó el Mercedes en el estacionamiento de Hipólito Yrigoyen y Sáenz Peña, y ambos nos dirigimos a pie por la Avenida de Mayo, hasta la entrada del Palacio Barolo. Allí nos esperaban tres personas: Heriberto Antelo, Fabián y Rómulo, el calvo de ojeras oscuras especialista en Nostradamus. Me puse contento al verlos; uno necesita un grupo de amigos, qué diablos. Ingresamos in toto a la augusta galería de altísimas arcadas desde cuyos ángulos espían largas gárgolas, símbolo del Inferno dantesco. Todo el edificio fue concebido como un mausoleo consagrado al Dante, cuyas cenizas debían ser traídas de Italia para reposar aquí, según proyectó el arquitecto Mario Palanti, destacado esoterista y masón. Detrás del aspecto utilitario de la construcción –mayormente alberga oficinas- se esconde una estructura simbólica muy elaborada, inspirada en la Divina Comedia. Los pisos 1 a 14 simbolizan el Purgatorio (y las oficinas lo interpretan fielmente, inmersos como están sus ocupantes en el purgatorio de la burocracia administrativa o judicial). Por encima de ellos, -entre el piso 14 y el 22- se encuentra el Paraíso, rematado por la cúpula que sostiene el faro, símbolo de  los nueve coros angélicos y la luz divina.
   Quintana saludó al encargado de seguridad y encabezó nuestro descenso al segundo y tercer nivel del Inferno, vale decir, a los sótanos. Dejamos atrás los nichos con sus medidores de luz y gas envueltos en telarañas, y seguimos bajando con aprensión. Al final de las escaleras nos encontramos en un pasillo oscuro con las paredes descascaradas por la humedad; nuestro guía empujó una puerta sin llave y dimos en una especie de túnel. Avanzamos en fila junto a una tubería salitrosa, hasta encontrar un portal bajo coronado por un monograma en hierro forjado con las iniciales AQ. Quintana se detuvo ante la puerta cerrada y nos ofreció una breve explicación:
-Esta es la baulera que corresponde a mis oficinas del quinto piso. Como pueden ver, es la única en este sector.
Abrió con su llave y dio luz sobre una amplia estancia cuyos límites se perdían en las tinieblas. En el sector más cercano -donde alcanzaba la luz- anidaba un cambalache inverosímil de objetos apilados sin ton ni son, una Venus de Milo, un bandoneón, un almanaque con dibujos rurales de Molina Campos, un mascarón de proa figurando una sirena, un póster de la Vuelta de Rocha, una estación espacial armada con piezas de rasti, Las Aventuras de Hijitus –video HS-, un mazo de cartas de truco, un candelabro con velas chorreadas formando estalactitas, latas cerradas con semillas de todos los árboles y plantas que componen un bosque, fotos de Edmundo Rivero y Aníbal Troilo, un juego de sartenes y cacerolas, tintura para el cabello rubio ceniza, un diccionario del esperanto, la carta constitutiva de las Naciones Unidas, un globo terráqueo, la receta para fabricar helado, la receta del strúdel, la receta para hacer pizza, los anteojos de John Lennon, un teléfono móvil, una pelota de fútbol, un matamoscas, un banderín de Boca, un paraguas…
-¿Qué es todo esto?
-¿No se lo imagina?
-La Cápsula del Tiempo… ¿esto es lo que se va a salvar del Cataclismo?
-He estado recibiendo donaciones. Todavía falta lo principal, eso lo voy a agregar yo. Acá –dijo, señalando unas hileras circulares de ladrillos a medio levantar- voy a compartimentar, habrá tres niveles.
   El diseño de Quintana para su Cápsula del Tiempo era similar al de Atlantis, según Platón: tres círculos concéntricos. Al primero se accedería por la puerta de su baulera. Me pregunté qué pondría en el tercero, el Sanctasantórum.
-Bueno… yo traigo estos libros de poesía…
   Me sentí un poco ridículo depositando mi ofrenda a un futuro incierto en este sótano perdido. Por no hablar de la compañía pedestre para mis libros… pero me dije que en una librería tal vez se encontrasen en una compañía peor.
-¡Eh, miren esto!
   El grito de Rómulo me sobresaltó, estaba fuera de mi alcance visual, en la zona de sombras más alejada. Los demás ya corrían hacia allá, yo los seguí. Por un momento me pareció pisar tierra, la baulera de Quintana parecía abierta al “barro fundamental” de Borges. Al llegar junto a Rómulo quedé perplejo, y no menos lo estaban mis compañeros. En la tierra había hundido un relieve de madera dorada representando un cangrejo.
-¿Y esto?...
   Quintana llegaba hasta nosotros caminando sin apuro.
-¿No lo reconocés, Rómulo?
-A mí me parece el signo de Cáncer.
-Exacto. Ahora vengan conmigo.
   Saqué una foto a la figura con mi celular, y me apresuré a reunirme con el grupo, que avanzaba en la oscuridad. Comenzó a oírse el rumor de una corriente de agua.
-¿Qué es eso? –preguntó Antelo, sin poder disimular el temor en su voz. Estábamos en territorio desconocido. Quintana respondió algo entre dientes, y Fabián lo tradujo para nosotros:
-El Arroyo Tercero del Medio.
   Cómo es posible, pensé, si estamos en medio de la ciudad. ¿Un arroyo subterráneo, fluyendo libre? Creía que toda el agua corría entubada por aquí. No pregunté nada, porque temía perder la luz de nuestro guía, y perderme yo en este mundo tenebroso. De pronto la luz se detuvo, enfocando al suelo. Otro relieve dorado.
-Este es Leo, sin dudas –confirmó Rómulo, satisfecho.
-Los otros signos no se los puedo mostrar, están cruzando el arroyo. Pero existen, pueden estar seguros.
-¿Un zodíaco gigantesco, acá abajo?
  En ese momento empezó a crecer un trueno sordo y amenazante que tapó nuestras palabras por un rato: el tren subterráneo. Nos encontrábamos en un nivel inferior a las vías, a juzgar por donde parecía venir el ruido. Pasó sobre nosotros como un rugido del averno y cambió de tono conforme el tren se alejaba.
-Volvamos. –susurró Antelo, asustado.
   Emprendimos el regreso en la oscuridad, de pronto alguien puteó en voz alta.
-Heriberto ¿estás bien?
-…
-¿Estás bien?
-Sí, no es nada. Me tropecé.
   Por fin llegamos a la baulera, pero no nos apetecía detenernos a conversar bajo su luz mortecina. Queríamos volver al mundo normal. De modo que seguimos de largo, dejando a Quintana atrás para cerrar. No paramos hasta llegar a la calle, pues incluso las gárgolas oscuras de la galería nos hacían sentir incómodos.
-Che Fabián, pasame un faso.
   Heriberto recuperaba la serenidad y el color bajo la enfática luz de la Avenida de Mayo. No bien Quintana se nos reunió, fuimos en barra a tomar café en la confitería de “Los 36 billares”. Estaba atardeciendo. Yo pedí un cortado, mientras los reflejos azules y rosas del cielo se posaban en las vidrieras.
-Bueno Aniceto, cortala con el misterio. ¿Quién puso esos signos zodiacales ahí abajo?
-Pensá un poco, Rómulo. ¿Quién pudo ser?
-¿Vos?
-No seas boludo.
-¿Quién más?...
-Palanti.
-Muy bien Fabián. Exacto, Mario Palanti, el constructor del Palacio Barolo.
-Guau.
-O sea que eso está ahí desde hace un siglo…
-El zodíaco subterráneo rodea al Palacio Barolo como un reloj de las eras. Yo calculo que debe tener más de cien metros de diámetro.
-¿Cuánto vino se tomó?
-¿Quién, Palanti?
-Sí, él. Y también Barolo, y su amigo Salvo, quien hizo construir un palacio gemelo al otro lado del río. Esos masones se mamaban todos juntos.
-Cuando paso por la logia de la calle Perón hay un olor a vino…
-Son todos borrachos, los masones.
-Se juntan para mamarse, ese es el famoso secreto de la masonería.
-Le ceremonia de iniciación consiste en sumergir al adepto en un barril de tinto, y no dejarlo salir hasta que se lo traga entero.
-¡Qué bien informados están, muchachos!
-Te lo digo posta, Aniceto.
-No lo dudo, mi querido Heriberto. Pero en una de ésas querían simbolizar algo más, aparte de sus delirios báquicos.
-¿Algo más? ¿Cómo qué?
-Bueno… -aquí Quintana se inclinó hacia adelante, dando a entender con su lenguaje corporal que el momento de las bromas había pasado para él- el Palacio Barolo, con su torre central más alta que cualquier otro edificio porteño de su época, es un Axis Mundi, con sus tres niveles de rigor. Y esto no se remite sólo a la Divina Comedia, sino a la Gran Tradición esotérica universal. El plano del zodíaco corta el eje del edificio a 23º 27’, como el zodíaco sideral lo hace con el Eje Polar. Lo he comprobado personalmente.
-Un momento. -intervine- ¿Me está diciendo que ahí abajo hay un plano inclinado más de 23 grados? Eso podría desbalancear el edificio.
-Palanti era un capo, un arquitecto de primera. No iba a hacer una chambonada así. Los signos opuestos a Cáncer están en un pozo, son cada vez más profundos hasta llegar a Capricornio, ése tiene como veinte metros de hondo. Así que el edificio se asienta sobre terreno nivelado, sólo los signos en sus pozos marcan un círculo de 23° 27’ con respecto a la horizontal.
-¿Y usted vio esos pozos? –pregunté, todavía escéptico.
-Perdí dos trajes explorando ese laberinto. Crucé a nado el arroyo subterráneo, y al final me asomé a Capricornio. Alumbré con la linterna el fondo de ese pozo horroroso, y le aseguro, Demetrio, que ahí está el signo, brillando en la oscuridad.
-¿Cruzaste el arroyo subterráneo de traje? –se asombró Heriberto- ¡Con razón te dicen Maniquí!
-Yo no me visto como un linyera, por más zodíacos subterráneos que deba explorar.
   Todos quedamos admirados. Con esta anécdota, la elegancia de Quintana adquiría matices legendarios.
-¿Entienden ahora por qué elegí este lugar para mi cápsula del tiempo? El Palacio Barolo no es un lugar cualquiera. Simboliza el mundo, este mundo actual en que vivimos, con sus rasgos celestes, su estética y sus mitos. Si hay un cataclismo de fuego, el edificio sobrevivirá por sus dotes arquitectónicas, y con él, los tesoros ocultos en su interior.
-Un legado del Cuarto Mundo -según la tradición- para las generaciones venideras.
-Yo pensé que Argentina estaba en el Tercer Mundo. Ahora ya pasamos al Cuarto, qué cagada…
   Quintana hizo caso omiso al chiste de Antelo, tenía algo más en mente. Se inclinó sobre la mesa y nos habló en un tono confidencial.
-Esto que vieron hoy, no lo vieron. Nadie más en el club conoce la ubicación de la Cápsula del Tiempo, y quiero que siga así.
-¿Malena no lo sabe? –preguntó Heriberto con insidia.
-Malena es una gringa –se desentendió Quintana, como si su nacionalidad la descalificara.-  No pienso ponerla al tanto.
-¿Y por qué?
    Quintana miró a Heriberto con lástima.
-¿Vos conocés alguna mujer que sepa guardar un secreto?
   Todos callamos ante tamaño argumento. Quintana prosiguió, didáctico.
-El Club tiene tres niveles, como la Cápsula del Tiempo. En el círculo exterior están los neófitos, a prueba. En el intermedio, los asiduos, quienes ya participan en el proyecto aportando materiales e ideas. En el interior estamos nosotros cinco, custodios del Secreto.
   Me pareció un poco teatral su exposición. Supongo que él deseaba asegurarse de nuestra discreción.
-Por mí no hay problema. –declaró Rómulo.
   Fabián, Heriberto y yo asentimos.
-Hecho, entonces.
    Quintana pidió la cuenta y no nos dejó pagar nuestra consumición. Alguien pudo creer que  estaba comprando nuestro silencio.













No hay comentarios:

Publicar un comentario