domingo, 23 de septiembre de 2018

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Golpeé la aldaba y esperé. Las hojas de los árboles hicieron viajar un murmullo a lo largo de la calle. Me encontraba en el exclusivo barrio de Palermo Chico, y por un momento sentí el impulso de huir. No estoy acostumbrado al lujo. Por fin, la puerta de roble macizo se abrió y fui recibido por un lacayo uniformado, quien me hizo atravesar un vestíbulo con estatuas hasta el epicentro de la mansión: un salón circular decorado con vitrales que incendiaba el crepúsculo. Allí se congregaba la aristocracia porteña, apellidos ilustres como Quintana, Anchorena, Menéndez Behety… yo estaba fuera de lugar, evidentemente. Sin embargo, había sido invitado gracias a mi último libro, editado en España. Alguien dentro de ese selecto círculo lo había leído, y recomendado mi presencia al dueño de casa. Ahora éste avanzaba hacia mí, con una copa en la mano y una fría sonrisa en el rostro: era un hombre cuarentón, sumamente pulcro en el vestir, con una abundante cabellera engominada que sugería otras épocas.

-Aniceto Quintana, para servirle –dijo estrechándome la mano.

-Demetrio C, encantado –respondí, presentándome con mi nom de guerre literario.  

Otra gente se acercó a saludarme, dejándome gratamente sorprendido. No soy un escritor famoso, de hecho, en mi país sólo publiqué algunas ediciones de autor. Pero había sido convocado a esta reunión como especialista en profecías. Heriberto Antelo, quien había adquirido en Málaga mi libro sobre el Papa, palmeó mi espalda para hacerme entrar en confianza, integrándome a su grupo.

-Este es el escritor de quien te hablé –le dijo a una belleza escandinava, toda ojos azules y sonrisa seductora-. Analiza los presagios espontáneos, tiene una visión bastante original.

-¿Qué es eso de los presagios espontáneos? –preguntó ella con curiosidad.

-Bueno… están los presagios provocados, como el tarot o el I Ching, y están los presagios que se presentan espontáneamente ante nosotros, sin que los busquemos. Estos suelen ser más fuertes y definidos. El único problema es saber reconocerlos.

-Y supongo que usted sabe…

-Es una cuestión de entrenamiento.

   Callé de pronto, porque había notado cierta displicencia en su voz. Nuestro silencio incómodo fue interrumpido por Quintana, quien reclamó la atención general.

-Tomen asiento por favor, vamos a dar inicio a nuestra sesión mensual.

   Esa iba a ser una velada de sorpresas para mí. La primera era que estaba asistiendo a una “sesión” de alguna clase. La segunda fue oír a Heriberto pronunciar “después de usted, Malena”, pues este nombre tanguero contrastaba con sus rasgos escandinavos. La tercera sorpresa iba a ser aún mayor, y vino después que estuvimos todos sentados, cuando tomó la palabra nuestro anfitrión:

-Este es el Club del Apocalipsis. Salud a los viejos y bienvenidos los nuevos. Hoy abrimos nuestra quinta sesión. En las anteriores estudiamos los mitos del Fin del Mundo en la India, en la antigua Grecia, en Egipto, y entre los indios Hopi. Todos coinciden en que ha habido varias destrucciones generales en la historia de nuestro planeta, causadas por diversos elementos –Aire, Tierra, y Agua, en ese orden-; la próxima destrucción será provocada por el Fuego. En esta sesión vamos a leer y debatir profecías modernas que describen tal situación, para tratar de conocer la fecha en que el mundo será abrasado por las llamas. 

  Eché una ojeada a la sala, pero nadie se movía. Era evidente que todos se tomaban en serio la cuestión. Quintana se calzó los anteojos y empezó a leer fragmentos de un texto impreso:

-“Dios enviará dos castigos: uno desde la Tierra, en forma de guerras, revoluciones y otros males; y el otro desde el Cielo, en la forma de tinieblas que cubrirán el mundo. Esta oscuridad irá acompañada por una infección del aire, que hará morir a creyentes y ateos por igual. Mientras dure, sólo las velas bendecidas darán luz. Quien abra la ventana por curiosidad y mire afuera, caerá muerto en el acto. Durante estos tres días de tinieblas, todos deben permanecer en su casa, rezando el rosario e implorando la misericordia de Dios.”“La Tierra rodeada de llamas, la cubren las tinieblas… nubes de fuego en el cielo, se hunden numerosos edificios… el mundo parece agonizar.”“Los castigos de la Tierra serán acotados, pero los del Cielo serán universales y espantosos. Millones de hombres morirán por el hierro, sea en la guerra, sea en luchas civiles; millones más perecerán en los tres días de tinieblas”.   Estas son las visiones de Ana María Taigi, beata cuyo cuerpo se conserva incorrupto. Usted, Demetrio, las cita en su libro.

-Así es –respondí, un poco sorprendido por la interpelación.

-¿Qué piensa de esto?

   Quintana se había sacado los anteojos y me miraba, evidentemente interesado en mi parecer. Para esto me invitaron, pensé, no para comentar mi libro, como supuse al principio. Querían mi asesoramiento erudito sobre ciertas profecías.

-Pues… las visiones de la beata Taigi son dignas de consideración –empecé, cauto-. Ella veía continuamente ante sí un pequeño sol (así lo llamaba) donde aparecían escenas del futuro. Así pronosticó acertadamente la muerte de monseñor Strambi y la caída de Napoleón. Sus profecías fueron documentadas por el cardenal Salotti, lo cual es suficiente garantía de autenticidad.
-O sea que usted le cree…

-No necesariamente. Pero me consta que esa mujer tenía un auténtico talento paranormal.

-¿Cómo puede decir que a usted le consta, si no la conoció? –intervino un barbudo escéptico desde el otro lado del salón.- Usted es el típico creyente, que habla sin pruebas –remató triunfalmente.

-Vea… ¿cómo se llama usted?

-Augusto. 

-Bueno, Augusto, le voy a demostrar de qué manera me constan los poderes paranormales de la beata Taigi. Usted mismo lo va a ver, con sus propios ojos. Hay una notebook disponible?

   Quintana no se hizo rogar, y prendió la pantalla LSD de 66 pulgadas colgada en lo alto de la pared.

-Está conectada con una computadora. Ahora ¿qué desea buscar?

-Teclee “Ana María Taigi, wikipedia”.

    Enseguida apareció el artículo consagrado a la beata en la enciclopedia online. Lo ilustraba una foto de su cadáver recostado en el ataúd.
-Esta mujer murió en 1837, o sea, hace 179 años… ven su cara? 

  Un murmullo de incredulidad fue adueñándose del salón. La mujer lucía un aspecto saludable, con la carne rozagante y flexible… Parecía dormida ayer mismo. No se había resecado, ni descompuesto.
-Dicen que cuando murió, una luz desconocida envolvió el cuerpo. El efecto fue permanente, por lo visto.

-Eso no garantiza el acierto de sus profecías –porfió Augusto, para no dar el brazo a torcer.

-Pero demuestra su talento paranormal, no? –repliqué, sin soltar la presa.- Por eso dije que me constaba, y ahora le consta también a usted.

-Lo que nos interesa es saber si su visión se va a cumplir, y cuándo. –zanjó Quintana, a quien no interesaban los duelos verbales.- ¿Qué opina de las demás profecías que anuncian tres días de tinieblas?

-Copian a Taigi, evidentemente. O son de cristianos que se han sugestionado con las descripciones de la beata, y luego soñaron con lo mismo.
-Usted, en su libro, cita dos visiones recientes de fuego cayendo desde el cielo, publicadas en foros de internet por gente ajena a la religión. ¿Cree que se refieren al mismo evento que vio Taigi?

-No puedo saber eso. 

  Por supuesto, es imposible debatir sobre profecías sin que alguien cite a Nostradamus, y aquí se cumplió el axioma por obra de un hombre calvo y de ojeras negras, cuya fisonomía me había impresionado desde un principio.

-No hay de qué preocuparse, Quintana. Nostradamus dice que sus predicciones abarcan hasta el año 3797. O sea que el fin del mundo no será antes de entonces.
-¿En serio?

-Sí, lo escribió en la carta a su hijo César.
-Entonces hay tiempo de sobra.

   Algunas risas acompañaron la última frase. Yo me vi en la obligación de intervenir; a fin de cuentas, me habían invitado para eso.

-No se fíen de Nostradamus, y mucho menos de sus fechas. En la misma carta a César dice textualmente: “dentro de 177 años, tres meses y once días, a contar de la fecha en que esto escribo, el mundo, antes y después del término que he fijado, debido a graves pestilencias, grandes carestías y guerras, así como terribles y trágicas inundaciones, estará a tal punto diezmado y quedarán tan pocos hombres sobre la tierra, que no se encontrarán brazos suficientes para cultivar los campos. Estos, en vez de producir sus frutos como antes, quedarán completamente yermos y desolados”. Su carta está fechada en 1555, sumemos a eso 177 años, y nos da 1732. En ese año, el mundo no quedó desolado; no se despobló la tierra, ni faltaron brazos para las cosechas. Ni en Francia, ni en el resto de Europa se registró ninguna hambruna.
-Recuerdo ese pasaje –admitió pensativo el de las ojeras negras-. Y sí, es una predicción errada.

-Completamente errada. Tampoco pasó nada en julio de 1999, cuando él anunció la llegada de un “Rey de Terror” desde el cielo que despertaría al rey de los Mongoles, o de Angulema, según la traducción…

-Cierto. –replicó el calvo con parquedad.

-Por lo tanto, la fecha 3797 no tiene relevancia alguna. No vale nada. 

  En ese momento Heriberto Antelo le habló por lo bajo a Quintana, pero yo alcancé a oírlo:

-Te dije que lo necesitábamos.

   Se refería a mí, por supuesto. Me necesitaban para determinar la fecha del fin del mundo por el fuego.

-Nos estamos olvidando de Solari Parravicini –terció un señor de anteojos-. Nuestro vidente anuncia esto: “Cae sobre la tierra el día 5 del 5 de cincos el golpe de fuego estelar. Caerá en las regiones del Gibraltar y de las Islas Baleares- tres días allí- dos en América del Norte – y por fin un día de cinco horas en las Antillas. El fuego purificará”. Podría referirse al 5 de mayo de 2055.

-Es una posibilidad. Pero recuerdo que se equivocó al anunciar un gran auge de la Argentina para el 2002. Justo ese año nos hundimos…

Quintana impuso silencio extendiendo sus manos. Era un buen moderador, no se limitaba a dar la palabra a uno u otro, sino que dirigía la discusión hacia un objetivo, sin permitir digresiones inconducentes. Ahora tomó la palabra para circunscribir y definir mejor nuestro tema.
-Sabemos que el campo magnético terrestre está decayendo. Desde que existen mediciones –mediados del siglo XIX-, su intensidad se ha reducido en un 15%. Algunos científicos piensan que un cambio de la polaridad magnética es inminente. Eso en sí no sería grave, lo malo es que inmediatamente antes de la inversión de los polos, el campo magnético cae en picada, o incluso desaparece.
Aquí nuestro anfitrión proyectó una imagen sobre la pantalla LSD, donde se dibujaba el campo magnético rodeando la Tierra como un escudo protector, con las llamaradas solares rebotando en él y perdiéndose en el espacio.
-Como ustedes saben, el campo magnético nos protege de las llamaradas solares, provocando auroras en las regiones polares, por la ionización de las capas atmosféricas superiores. Si perdemos esta protección, aunque sea temporariamente, la Tierra quedará indefensa ante las eyecciones de masa coronal, y las llamaradas del sol abrasarán la biosfera.
-La disminución del campo magnético es marginal, y entra dentro de los parámetros de fluctuación normales –señaló Augusto, quien debía leer la revista “Muy interesante”-. No implica un cambio de polaridad próximo.

-Es cierto –repuso Quintana-. Pero vean esto.

  La pantalla LSD pasó a mostrar una serie de imágenes tomadas por telescopio, donde se veía una estrella poco brillante emitir un pulso repentino de luz intensa, sobre un fondo azul noche.

-Estamos en riesgo, con o sin cambio de polaridad. Recientemente, los científicos han descubierto que nuestra estrella es capaz de lanzar superdestellos; estas son emisiones de plasma gigantescas, muy superiores a la media. Incluso un campo magnético robusto no será capaz de defendernos contra este fenómeno.
  Un pesado silencio se hizo en la sala. Estábamos ante una amenaza real, ante la cual la humanidad no tiene respuesta. Quintana prosiguió, ajeno al clima que su exposición estaba generando.

-Este es el peligro que enfrentamos. Yo no temo los asteroides, sino el “fuego del cielo” de que nos hablan los mitos. Y éste viene directo del sol. Por eso me he concentrado en las profecías que describen “nubes de fuego”, o el cielo ardiendo, o incluso una aurora boreal de fuego. Taigi y los visionarios cristianos mencionan este castigo divino, incluso la Virgen de La Salette y la de Akita, en Japón, anuncian un “huracán de fuego”. Parravicini parece describir lo mismo, pero dibuja meteoros en su psicografía, ése no es el final anunciado por los mitos.

-Convengamos que se aproxima bastante… y también menciona tres días de cataclismo en España y otros tres en Norte y Centroamérica –el señor de anteojos hizo una pausa antes de sacar otro as de la manga-. En otra psicografía habla de “un sol de explosiones” que traerá caos al mundo. Según dejó escrito, ése será un “Caos de Dios para anular el Caos del Hombre”.

-¿Nubes de fuego estelar poniendo fin a una guerra mundial?

-Tal vez, tal vez.
   Quintana no se conformaba con imprecisiones, quería una fecha concreta. Nuestro silencio reflexivo fue quebrado por una señora muy bien puesta sentada cerca mío, quien mostró su erudición televisiva.

-Otro que menciona el castigo divino es Mathias Stormberger…

-Ese es un personaje ficticio –me vi obligado a interrumpir-. Fue creado por el autor John Hogue, quien a menudo falsea las citas en su libro. Se inspiró para crearlo en el legendario profeta bávaro Mulhiasl, cuyos vaticinios se desconocen. Hogue puso en su boca lo que él quiso, y luego The History Channel difundió la superchería. 

  Otra vez Antelo habló por lo bajo a Quintana, esta vez cubriéndose la boca con la mano de modo que no pude oírlo. Pero no hacía falta, ya podía adivinar lo que le dijo. Sí, me necesitaban.
-La forma en que se refirió Taigi a los castigos celestes y humanos sugiere que ambos estarán relativamente próximos en el tiempo, aunque no sean sincrónicos. –declaré a modo de resumen-. Pero la profecía ya tiene doscientos años, y no hay forma de saber cuándo se cumplirá.

-¿Cree poder determinarlo si encuentra datos adicionales? –preguntó Quintana.

-Es posible –repliqué. Necesito tiempo, y no prometo nada.

-Estaremos encantados de oír sus novedades, si las hay –concluyó nuestro anfitrión-. Bien, ha sido una sesión fructífera. Que venga ahora la música!

    Desde el fondo del salón llegó una pareja de bailarines, mientras empezaba a sonar “Loco” de Piazzola. El atuendo de los dos me asombró: era un look tanguero futurista, el hombre casi en cueros, con apenas un corbatín sobre la recia musculatura, pantalón largo de vestir, zapatos charolados y sombrero de ala ancha. La mujer calzaba minifalda con un tajo profundo, que permitía ver unas ancas perfectas; tacones altos y una blusa de lamé con la espalda al descubierto, sobre la cual caía su trenza de un negro reluciente.

-Qué espaldita…! –musitó Quintana, entusiasmado. 

  Enseguida empezó la danza, con paso lento y arrogante al principio, hasta caer en el abrazo; vertiginoso y apasionado después, con los dos sacándose chispas en un torbellino de movimientos. La mujer se enroscaba y desenroscaba en el cuerpo del hombre, como una boa deseosa de paralizarlo; él, austero y medido, la levantaba en el aire, haciendo lucir sus curvas perfectas, y la depositaba en el suelo otra vez, para reanudar la danza. El final fue casi de cabaret, con el hombre lanzando su sombrero hacia la mujer, quien lo atrapó entre sus piernas, junto con el último acorde.
Todos aplaudieron con entusiasmo; Quintana parecía extático, casi enajenado. Miré hacia los costados, y no vi a Malena. Entonces me fijé mejor en la bailarina, y la reconocí: se había disfrazado con una peluca negra, para lograr un aspecto más arrabalero.
-Bueno, Quintana, ha sido un gusto. –dije poniéndome de pie.

-Lo mismo digo, Demetrio.

-Gracias por su invitación.

-Usted ya es uno de nosotros. Le aviso cuando nos juntemos de nuevo.

-No dejaré de faltar. –solté entre risas, para aliviar la formalidad.

    Me despedí de Antelo y alguna otra gente. Malena no estaba a la vista. Chau pichula, me dije, y abandoné el salón.