18



Estaba en mi piso de soltero metiendo libros en el bolso. Ya me había mudado de nuevo con mi mujer desde nuestro encuentro en Los Angelitos, pero sólo había llevado una muda de ropa. Ahora debía embalar el resto de mis cosas, para declarar definitivamente cerrado este capítulo de mi vida, signado por la soledad.
     De pronto sonó el timbre. Un solo timbrazo largo. Supe quién era antes de abrir la puerta.
-¡Hola, compadrito!
-Malena… me encontrás de casualidad.
    Venía con su sombrero de varón, y todas las ganas de bailar un tango.
-¿Qué… te estás mudando?
-Sí.
-¿Adónde?
-Con mi mujer.
-No sabía que eras casado.
-Nunca preguntaste.
-Bueno… es toda una novedad.
-Alcanzame ese libro, por favor.
-Tomá…
    Cerré el bolso, y empecé a llenar otro con carpetas de juicios. Malena, entretanto, se fue al equipo de música y puso un tango de Piazzola. Levanté la mirada con el primer acorde, y ahí estaba ella, invitándome a bailar. Cerré el segundo bolso con lentitud y me paré a su lado, poniéndome el sombrero que ella había traído.
-Last tango, Malena.
La tomé del talle y conduje algunos pasos de tango que ella misma me había enseñado en La Imperial.
-Qué formal…
   Quiso bajar mi mano hasta sus nalgas, pero yo la mantuve en su talle. Me miró extrañada. Seguí bailando sin propasarme, como si estuviese en un salón. Empezó a desabotonarme la camisa y a acariciarme el pecho, pero yo me abotoné de nuevo. Me miró intensamente y se echó hacia atrás, haciendo que la sostuviera con una mano. Casi podía sentir su aliento. Subió la rodilla esperando que acariciara su pierna como de costumbre, pero eso no ocurrió. Entonces se paró y retrocedió girando como un remolino, para volver de nuevo en un salto sobre mí. La sostuve alzando la rodilla, y nos quedamos mirándonos hasta que acabó la música.
-¿Eso es todo? –dijo componiéndose.
-Es todo –repetí.
   Me miró incrédula.
-Nadie me pateó nunca ¿sabés?
-Siempre hay una primera vez.
-Claro, ahora sos un marido fiel.
-Mi pareja funciona así. O nos tomamos libertades los dos, o ninguno.
   Recuperó su sombrero, furiosa, y se dirigió a la puerta. Antes de salir se detuvo a desafiarme.
-Vas a volver a buscarme, pero no voy a estar para vos.
-No te buscaré nunca, Malena –repuse con tranquilidad-. Ya tengo con quién bailar el tango.
   Portazo.












No hay comentarios:

Publicar un comentario