Estaba en mi
piso de soltero metiendo libros en el bolso. Ya me había mudado de nuevo con mi
mujer desde nuestro encuentro en Los Angelitos, pero sólo había llevado una
muda de ropa. Ahora debía embalar el resto de mis cosas, para declarar
definitivamente cerrado este capítulo de mi vida, signado por la soledad.
De pronto sonó el timbre. Un solo timbrazo
largo. Supe quién era antes de abrir la puerta.
-¡Hola,
compadrito!
-Malena… me
encontrás de casualidad.
Venía con su sombrero de varón, y todas las
ganas de bailar un tango.
-¿Qué… te estás
mudando?
-Sí.
-¿Adónde?
-Con mi mujer.
-No sabía que
eras casado.
-Nunca
preguntaste.
-Bueno… es toda
una novedad.
-Alcanzame ese
libro, por favor.
-Tomá…
Cerré el bolso, y empecé a llenar otro con
carpetas de juicios. Malena, entretanto, se fue al equipo de música y puso un
tango de Piazzola. Levanté la mirada con el primer acorde, y ahí estaba ella,
invitándome a bailar. Cerré el segundo bolso con lentitud y me paré a su lado,
poniéndome el sombrero que ella había traído.
-Last tango,
Malena.
La tomé del
talle y conduje algunos pasos de tango que ella misma me había enseñado en La
Imperial.
-Qué formal…
Quiso bajar mi mano hasta sus nalgas, pero
yo la mantuve en su talle. Me miró extrañada. Seguí bailando sin propasarme,
como si estuviese en un salón. Empezó a desabotonarme la camisa y a acariciarme
el pecho, pero yo me abotoné de nuevo. Me miró intensamente y se echó hacia
atrás, haciendo que la sostuviera con una mano. Casi podía sentir su aliento.
Subió la rodilla esperando que acariciara su pierna como de costumbre, pero eso
no ocurrió. Entonces se paró y retrocedió girando como un remolino, para volver
de nuevo en un salto sobre mí. La sostuve alzando la rodilla, y nos quedamos
mirándonos hasta que acabó la música.
-¿Eso es todo?
–dijo componiéndose.
-Es todo
–repetí.
Me miró incrédula.
-Nadie me pateó
nunca ¿sabés?
-Siempre hay una
primera vez.
-Claro, ahora
sos un marido fiel.
-Mi pareja
funciona así. O nos tomamos libertades los dos, o ninguno.
Recuperó su sombrero, furiosa, y se dirigió
a la puerta. Antes de salir se detuvo a desafiarme.
-Vas a volver a
buscarme, pero no voy a estar para vos.
-No te buscaré
nunca, Malena –repuse con tranquilidad-. Ya tengo con quién bailar el tango.
Portazo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario