Tres días de tinieblas. Las estrellas han
desaparecido en el aire denso y caliente. Mundo carbón. “Cerrad todas las
puertas y ventanas. No habléis con nadie fuera de la casa. Arrodillaos ante
vuestro crucifijo. Arrepentíos de vuestros pecados. Rogad a mi Madre, para
obtener su protección. No miréis hacia fuera mientras la tierra tiembla, porque
el enojo de mi Padre es santo. La vista de su ira no la podríais soportar
vosotros.”
Eso hago, cierro todas las puertas y
ventanas, no hablo con nadie, no miro hacia fuera. Y me arrepiento de mis
pecados, pero por las dudas cometo algunos más, total... una mancha más al
tigre… hace tres días estoy internado con Malena en mi habitación, no hemos
salido en todo este tiempo. Ella es más joven, pero está tan agotada como yo.
-Salgamos un
poco, vayamos al cine…
-No. El aire de
afuera está envenenado.
-Vamos a comer
sushi, y después a Cinemark.
-El dinero ya no
sirve, no hay electricidad.
-Dan una con
Ricardo Darín.
-Los autos no
funcionan, se quemaron las baterías. Los pistones se convirtieron en grasa
derretida adentro de los cilindros…
-Trabaja una
actriz española, es menos linda que yo.
-No hay
Internet. Los ascensores no funcionan.
-Ahora no me
acuerdo si trabaja también Leonardo Sbaraglia.
-No hay luz. No
hay agua.
-Le dieron el
Globo de Oro…
-Las calles
están llenas de cadáveres. Pero adentro de las casas es peor.
-Y una mención
en Cannes…
-La ciudad huele
como un sepulcro recién abierto.
-¿Qué te pasa?
¿Porqué seguís hablando como un freak?
-¡A coger, que
se acaba el mundo!
Me lancé de nuevo sobre ella, y rodamos por
la cama. Nuestros cuerpos actuaban automáticamente, por efecto de la costumbre.
Ya casi no podía llegar al éxtasis, pero lo logré una vez más. Después quedé clínicamente
muerto sobre el colchón. Un fardo. Que venga el Cataclismo ahora. Vengan nomás,
nubes de fuego, junto con los cuatro jinetes del Apocalipsis y los ángeles
justicieros del Señor... Nadie me quitará lo bailado.
Rebusqué los
últimos billetes y pagué la cuenta. Habíamos ido a Clo Clo, un lugar demasiado
caro para mi bolsillo. Malena había insistido. De pronto ella se levanta, va
hacia otra mesa y se sienta junto al comensal. Debí suponerlo. ¡Quintana! Me
levanté despacio y fui hacia ellos.
-Bon apétit.
-Gracias. Tome
asiento, Demetrio.
-¿Es habitué de
este restaurant?
-Sí. Ceno acá
todos los viernes.
-¿Hoy es
viernes?
-Está enamorado,
parece. Ya ni sabe en qué día vive.
-Con razón insistías
tanto en venir… -miré fijo a Malena, pero ella se desentendió.
-Este lenguado á
la gourde de Pérignon está exquisito.
-Nosotros
cenamos sushi.
-Ya tengo hambre
de nuevo.
-¿En serio?
-El plato era
escaso. Y debo recuperar energías.
-Pídase algo, yo
invito.
-Gracias.
¡Mozo!...
El uniformado llegó al instante.
-Ordene el
señor.
-Un bife de
chorizo con papas fritas.
-Enseguida.
-Ah. Y póngale
huevos fritos a caballo.
-Cómo no.
-Creí que había
cenado.
-No exactamente…
el sushi me abrió el apetito.
-¿Vos Malena
querés algo?
-Puede ser un
postre.
-La última vez
te habían gustado las cerezas a la crema.
-Sí, voy a pedir
eso.
Hice caso omiso a la comprobación de que
Malena y Quintana solían cenar allí los viernes. Era obvio que me había traído
aquí a propósito. Y pronto sabría el motivo.
-La semana que
viene viajo a los Estados Unidos.
-¿Este u oeste?
¿Norte o sur?
-West Virginia.
Voy a visitar un bunker nuclear.
-¿En serio?
-Sí.
Quintana no paraba de sorprenderme. En ese
momento apareció de nuevo el mozo.
-¿La señorita va
a ordenar algo?
–Cerezas a la
crema, por favor.
-Perfecto.
Esperé a que el mozo se alejara. Uno no
puede hablar sobre refugios atómicos delante de cualquiera.
-¿Esos lugares
no son secretos?
-No todos. Este
quedó en desuso por una filtración del Washington post. Cualquiera puede
visitarlo.
-Parece
interesante.
-¿Le gustaría
venir?
-¿Ir a Estados
Unidos? ¿Con usted?
-Y Malena.
Los miré desconcertado. Esto lo habían
planeado entre los dos, seguro. Pero ¿por qué no iban ellos dos solos?
-No, gracias.
Vayan ustedes, seguro la van a pasar bien.
-Va a ser más
divertido si vamos los tres.
La mirada de Malena no dejaba dudas. La
excitaba la idea de un ménage á trois.
-Pero yo debo
atender mis juicios…
-¿Algo muy
urgente?
-No…
-Entonces venga
con nosotros. Yo pago el pasaje.
-Eso no, de
ninguna manera. Si voy, yo compro mi pasaje.
-¿Entonces
venís?
Malena me miraba, anhelante. Se abría la
perspectiva de un viaje incierto, pero excitante; del otro lado quedaban días
grises en los Tribunales, lamentando que la mina se me piantase con otro.
-¿Está seguro,
Quintana, de querer que yo vaya?
-Los deseos de
Malena son órdenes para mí.
O sea, si fuera por él, no me invitaba. Pero
la señorita quería emoción, y había que complacerla.
-Bueno… qué más
da. Si el mundo se acaba, no vale la pena ahorrar plata ni emociones. ¡Vamos!
-¡Así se habla!
Malena palmeó entusiasmada y me besó con
fuerza en la boca. Luego hizo lo mismo con Quintana, demorándose más de lo
necesario, hasta que los interrumpió el mozo trayendo la comida. Iba a ser un
viaje complicado…
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