-Hola ¿cómo
estás?
Mi mujer.
Llevábamos casi un año sin vernos. Ni hablarnos. Ni nada.
-Bien. Qué
sorpresa.
-Necesito hablar
con vos.
-¿Por qué no?
Cuando quieras.
-¿Te parece a
las cinco, en el café de los Angelitos?
-Perfecto.
Llegaré volando como un angelito…
A las cinco en punto entré al café y me fui
a una mesa contra la ventana. Pedí un licuado de durazno con leche. Hacía calor.
No tuve que esperarla mucho, ambos fuimos siempre puntuales. Nos dimos un
rápido beso en la mejilla y se sentó frente a mí.
-Estás hermosa.
-Gracias. Vos
también te ves bien.
-Vi a los chicos
el otro día. Comimos pizza y vimos una película.
-Sí, me
contaron.
Me callé. Ella había ocasionado la ruptura,
y como dicen los yankis, ahora la pelota estaba de su lado. Era su turno de
jugar.
-¿Cómo estuviste
todo este tiempo?
-Bien. Bueno, no
es que me guste estar solo, pero…
-¿Alguna
aventura por ahí?
-¿Me citaste
para interrogarme?
-No, no te
preocupes.
-No me preocupo.
Vos quisiste romper. Que ya no sentías lo mismo, que necesitabas un tiempo… me
obligaste a irme. No tenés derecho a preguntar nada.
-No te llamé
para interrogarte –vaciló un poco, buscando las palabras.-. Creo que me
equivoqué.
Nos miramos a los ojos.
-No te entiendo.
-Sí me entendés.
-Sé más
explícita, por favor. ¿En qué te equivocaste?
No quería decirlo.
-¿En rajarme?
Sonrió. Es más fácil hacer macanas que
admitirlas.
-Y en todo lo
que siguió a eso.
-Opa. “Todo lo
que siguió” parece muy largo.
-Lo fue.
Sus sobreentendidos no me gustaban nada. Es
duro asistir a la caída de un ídolo.
-¿Sabés qué?
–bromeé para aliviar el golpe- Luego de años siendo el villano de la película,
ya me consideraba dueño del papel. No podés ser vos la mala, es un cambio de
roles difícil de asumir.
-Pues asumilo.
No soy perfecta.
Apareció el mozo trayendo el licuado. Ella
pidió una lágrima, tal vez para hacer juego con nuestro estado de ánimo. Apenas
se retiró el mozo me llegó el misil.
-Tuve dos
amantes.
-No es un mal
récord…
-Al mismo
tiempo.
-¿Qué???
Medio café se dio vuelta al oír mi
exclamación. Debí esperar a que todos dejasen de mirarme para no hacer pública
nuestra conversación.
-¿Oí bien? –dije
en tono más bajo, inclinándome hacia ella.
-Sí.
-¿Pero… cómo es
posible?
-Las cosas se
dieron solas… Juan Esteban me invitó a salir una noche, y ese mismo día se me
tiró Leonardo. Así que salimos los tres, yo pensaba decidirme esa noche por uno
de los dos… pero nunca me decidí.
-Sí, en los
restaurantes hacés lo mismo. Nunca podés decidirte por un plato y termino
pidiendo yo por vos.
-Ahí tenés. La
indecisión me duró varios meses…
-¿Y ahora?
-Me cansé de los
dos. Al mismo tiempo.
-Qué bien.
-Pensarás que
soy una pervertida…
-No, la
verdad... últimamente no pienso mucho.
-Yo misma no me
creía capaz de hacer lo que hice.
-Yo tampoco.
-¿A qué te
referís?
-A nada… fue una
respuesta automática.
-Quiero decir…
no lo planeé.
-Yo tampoco.
Me miró extrañada.
-No hagas caso,
se me rayó el disco.
Llegó su lágrima con scons. Cortesía de la
casa.
-Una lágrima
para llorar nuestras penas… -dije melancólico.
-No merecés que
te haya hecho esto.
-Quién sabe… tal
vez sí.
-Nunca me lo vas
a perdonar.
-Nunca digas
nunca.
Nos miramos leyéndonos el pensamiento, como
en los viejos tiempos.
-Entonces… ¿me
perdonás?
-No hay nada que
perdonar.
-Sí hay. Te eché
de casa, eso fue una estupidez. La próxima vez que quiera hacerlo, me echás de
una patada.
-Convenido.
Nos dimos un largo beso de reconciliación
sobre la mesa.
-Mi ex amor,
cuánto te ex quiero –le dije.
-Yo también te
ex quiero –contestó ella.
Rompimos a reír. Nuestro amor estaba
salvado.
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