Golpeé la aldaba
y esperé. Las hojas de los árboles hicieron viajar un murmullo a lo largo de la
calle. Me encontraba en el exclusivo barrio de Palermo Chico, y por un momento
sentí el impulso de huir. No estoy acostumbrado al lujo. Por fin, la puerta de
roble macizo se abrió y fui recibido por un lacayo uniformado, quien me hizo
atravesar un vestíbulo con estatuas hasta el epicentro de la mansión: un salón
circular decorado con vitrales que incendiaba el crepúsculo. Allí se congregaba
la aristocracia porteña, apellidos ilustres como Quintana, Anchorena, Menéndez
Behety… yo estaba fuera de lugar, evidentemente. Sin embargo, había sido
invitado gracias a mi último libro, editado en España. Alguien dentro de ese
selecto círculo lo había leído, y recomendado mi presencia al dueño de casa.
Ahora éste avanzaba hacia mí, con una copa en la mano y una fría sonrisa en el
rostro: era un hombre cuarentón, sumamente pulcro en el vestir, con una
abundante cabellera engominada que sugería otras épocas.
-Aniceto
Quintana, para servirle –dijo estrechándome la mano.
-Demetrio C,
encantado –respondí, presentándome con mi nom de guerre literario.
Otra gente se acercó a saludarme, dejándome
gratamente sorprendido. No soy un escritor famoso, de hecho, en mi país sólo
publiqué algunas ediciones de autor. Pero había sido convocado a esta reunión
como especialista en profecías. Heriberto Antelo, quien había adquirido en Málaga
mi libro sobre el Papa, palmeó mi espalda para hacerme entrar en confianza,
integrándome a su grupo.
-Este es el
escritor de quien te hablé –le dijo a una belleza escandinava, toda ojos azules
y sonrisa seductora-. Analiza los presagios espontáneos, tiene una visión
bastante original.
-¿Qué es eso de
los presagios espontáneos? –preguntó ella con curiosidad.
-Bueno… están
los presagios provocados, como el tarot o el I Ching, y están los presagios que
se presentan espontáneamente ante nosotros, sin que los busquemos. Estos suelen
ser más fuertes y definidos. El único problema es saber reconocerlos.
-Y supongo que
usted sabe…
-Es una cuestión
de entrenamiento.
Callé de pronto, porque había notado cierta
displicencia en su voz. Nuestro silencio incómodo fue interrumpido por
Quintana, quien reclamó la atención general.
-Tomen asiento
por favor, vamos a dar inicio a nuestra sesión mensual.
Esa iba a ser una velada de sorpresas para
mí. La primera era que estaba asistiendo a una “sesión” de alguna clase. La
segunda fue oír a Heriberto pronunciar “después de usted, Malena”, pues este
nombre tanguero contrastaba con sus rasgos escandinavos. La tercera sorpresa
iba a ser aún mayor, y vino después que estuvimos todos sentados, cuando tomó
la palabra nuestro anfitrión:
-Este es el Club
del Apocalipsis. Salud a los viejos y bienvenidos los nuevos. Hoy abrimos
nuestra quinta sesión. En las anteriores estudiamos los mitos del Fin del Mundo
en la India, en la antigua Grecia, en Egipto, y entre los indios Hopi. Todos coinciden
en que ha habido varias destrucciones generales en la historia de nuestro
planeta, causadas por diversos elementos –Aire, Tierra, y Agua, en ese orden-;
la próxima destrucción será provocada por el Fuego. En esta sesión
vamos a leer y debatir profecías modernas que describen tal situación, para
tratar de conocer la fecha en que el mundo será abrasado por las llamas.
Eché una ojeada a la sala, pero nadie se
movía. Era evidente que todos se tomaban en serio la cuestión. Quintana se
calzó los anteojos y empezó a leer fragmentos de un texto impreso:
-“Dios enviará
dos castigos: uno desde la Tierra, en forma de guerras, revoluciones y otros
males; y el otro desde el Cielo, en la forma de tinieblas que cubrirán el
mundo. Esta oscuridad irá acompañada por una infección del aire, que hará morir
a creyentes y ateos por igual. Mientras dure, sólo las velas bendecidas darán
luz. Quien abra la ventana por curiosidad y mire afuera, caerá muerto en el
acto. Durante estos tres días de tinieblas, todos deben permanecer en su casa,
rezando el rosario e implorando la misericordia de Dios.”“La Tierra
rodeada de llamas, la cubren las tinieblas… nubes de fuego en el cielo, se
hunden numerosos edificios… el mundo parece agonizar.”“Los castigos de
la Tierra serán acotados, pero los del Cielo serán universales y espantosos.
Millones de hombres morirán por el hierro, sea en la guerra, sea en luchas
civiles; millones más perecerán en los tres días de tinieblas”. Estas son las visiones de Ana María Taigi,
beata cuyo cuerpo se conserva incorrupto. Usted, Demetrio, las cita en su
libro.
-Así es –respondí, un poco sorprendido por la interpelación.
-¿Qué piensa de
esto?
Quintana se había sacado los anteojos y me
miraba, evidentemente interesado en mi parecer. Para esto me invitaron, pensé,
no para comentar mi libro, como supuse al principio. Querían mi asesoramiento
erudito sobre ciertas profecías.
-Pues… las
visiones de la beata Taigi son dignas de consideración –empecé, cauto-. Ella
veía continuamente ante sí un pequeño sol (así lo llamaba) donde aparecían
escenas del futuro. Así pronosticó acertadamente la muerte de monseñor Strambi y
la caída de Napoleón. Sus profecías fueron documentadas por el cardenal
Salotti, lo cual es suficiente garantía de autenticidad.
-O sea que usted
le cree…
-No
necesariamente. Pero me consta que esa mujer tenía un auténtico talento
paranormal.
-¿Cómo puede
decir que a usted le consta, si no la conoció? –intervino un barbudo escéptico
desde el otro lado del salón.- Usted es el típico creyente, que habla sin
pruebas –remató triunfalmente.
-Vea… ¿cómo se
llama usted?
-Augusto.
-Bueno, Augusto, le voy a demostrar de qué manera me
constan los poderes paranormales de la beata Taigi. Usted mismo lo va a ver,
con sus propios ojos. Hay una notebook disponible?
Quintana no se hizo rogar, y prendió la
pantalla LSD de 66 pulgadas colgada en lo alto de la pared.
-Está conectada
con una computadora. Ahora ¿qué desea buscar?
-Teclee “Ana
María Taigi, wikipedia”.
Enseguida apareció el artículo consagrado a
la beata en la enciclopedia online. Lo ilustraba una foto de su cadáver
recostado en el ataúd.
-Esta mujer
murió en 1837, o sea, hace 179 años… ven su cara?
Un murmullo de incredulidad fue adueñándose
del salón. La mujer lucía un aspecto saludable, con la carne rozagante y
flexible… Parecía dormida ayer mismo. No se había resecado, ni descompuesto.
-Dicen que
cuando murió, una luz desconocida envolvió el cuerpo. El efecto fue permanente,
por lo visto.
-Eso no
garantiza el acierto de sus profecías –porfió Augusto, para no dar el brazo a
torcer.
-Pero demuestra
su talento paranormal, no? –repliqué, sin soltar la presa.- Por eso dije que me
constaba, y ahora le consta también a usted.
-Lo que nos
interesa es saber si su visión se va a cumplir, y cuándo. –zanjó Quintana, a
quien no interesaban los duelos verbales.- ¿Qué opina de las demás profecías
que anuncian tres días de tinieblas?
-Copian a Taigi,
evidentemente. O son de cristianos que se han sugestionado con las
descripciones de la beata, y luego soñaron con lo mismo.
-Usted, en su
libro, cita dos visiones recientes de fuego cayendo desde el cielo, publicadas
en foros de internet por gente ajena a la religión. ¿Cree que se refieren al
mismo evento que vio Taigi?
-No puedo saber
eso.
Por supuesto, es imposible debatir sobre
profecías sin que alguien cite a Nostradamus, y aquí se cumplió el axioma por
obra de un hombre calvo y de ojeras negras, cuya fisonomía me había
impresionado desde un principio.
-No hay de qué
preocuparse, Quintana. Nostradamus dice que sus predicciones abarcan hasta el
año 3797. O sea que el fin del mundo no será antes de entonces.
-¿En serio?
-Sí, lo escribió
en la carta a su hijo César.
-Entonces hay
tiempo de sobra.
Algunas risas acompañaron la última frase.
Yo me vi en la obligación de intervenir; a fin de cuentas, me habían invitado
para eso.
-No se fíen de
Nostradamus, y mucho menos de sus fechas. En la misma carta a César dice
textualmente: “dentro de 177 años, tres meses y once días, a contar de la fecha
en que esto escribo, el mundo, antes y después del término que he fijado,
debido a graves pestilencias, grandes carestías y guerras, así como terribles y
trágicas inundaciones, estará a tal punto diezmado y quedarán tan pocos hombres
sobre la tierra, que no se encontrarán brazos suficientes para cultivar los
campos. Estos, en vez de producir sus frutos como antes, quedarán completamente
yermos y desolados”. Su carta está fechada en 1555, sumemos a eso 177 años, y
nos da 1732. En ese año, el mundo no quedó desolado; no se despobló la tierra, ni
faltaron brazos para las cosechas. Ni en Francia, ni en el resto de Europa se
registró ninguna hambruna.
-Recuerdo ese
pasaje –admitió pensativo el de las ojeras negras-. Y sí, es una predicción
errada.
-Completamente
errada. Tampoco pasó nada en julio de 1999, cuando él anunció la llegada de un
“Rey de Terror” desde el cielo que despertaría al rey de los Mongoles, o de
Angulema, según la traducción…
-Cierto.
–replicó el calvo con parquedad.
-Por lo tanto,
la fecha 3797 no tiene relevancia alguna. No vale nada.
En ese momento Heriberto Antelo le habló por
lo bajo a Quintana, pero yo alcancé a oírlo:
-Te dije que lo
necesitábamos.
Se refería a mí, por supuesto. Me
necesitaban para determinar la fecha del fin del mundo por el fuego.
-Nos estamos
olvidando de Solari Parravicini –terció un señor de anteojos-. Nuestro vidente
anuncia esto: “Cae sobre la tierra el día 5 del 5 de cincos el golpe de fuego
estelar. Caerá en las regiones del Gibraltar y de las Islas Baleares- tres días
allí- dos en América del Norte – y por fin un día de cinco horas en las
Antillas. El fuego purificará”. Podría referirse al 5 de mayo de 2055.
-Es una
posibilidad. Pero recuerdo que se equivocó al anunciar un gran auge de la
Argentina para el 2002. Justo ese año nos hundimos…
Quintana impuso
silencio extendiendo sus manos. Era un buen moderador, no se limitaba a dar la
palabra a uno u otro, sino que dirigía la discusión hacia un objetivo, sin
permitir digresiones inconducentes. Ahora tomó la palabra para circunscribir y
definir mejor nuestro tema.
-Sabemos que el
campo magnético terrestre está decayendo. Desde que existen mediciones
–mediados del siglo XIX-, su intensidad se ha reducido en un 15%. Algunos
científicos piensan que un cambio de la polaridad magnética es inminente. Eso
en sí no sería grave, lo malo es que inmediatamente antes de la inversión de
los polos, el campo magnético cae en picada, o incluso desaparece.
Aquí nuestro
anfitrión proyectó una imagen sobre la pantalla LSD, donde se dibujaba el campo
magnético rodeando la Tierra como un escudo protector, con las llamaradas
solares rebotando en él y perdiéndose en el espacio.
-Como ustedes
saben, el campo magnético nos protege de las llamaradas solares, provocando
auroras en las regiones polares, por la ionización de las capas atmosféricas
superiores. Si perdemos esta protección, aunque sea temporariamente, la Tierra
quedará indefensa ante las eyecciones de masa coronal, y las llamaradas del sol
abrasarán la biosfera.
-La disminución
del campo magnético es marginal, y entra dentro de los parámetros de
fluctuación normales –señaló Augusto, quien debía leer la revista “Muy
interesante”-. No implica un cambio de polaridad próximo.
-Es cierto
–repuso Quintana-. Pero vean esto.
La pantalla LSD pasó a mostrar una serie de
imágenes tomadas por telescopio, donde se veía una estrella poco brillante
emitir un pulso repentino de luz intensa, sobre un fondo azul noche.
-Estamos en
riesgo, con o sin cambio de polaridad. Recientemente, los científicos han descubierto
que nuestra estrella es capaz de lanzar superdestellos; estas son emisiones de
plasma gigantescas, muy superiores a la media. Incluso un campo magnético
robusto no será capaz de defendernos contra este fenómeno.
Un pesado silencio se hizo en la sala.
Estábamos ante una amenaza real, ante la cual la humanidad no tiene respuesta.
Quintana prosiguió, ajeno al clima que su exposición estaba generando.
-Este es el
peligro que enfrentamos. Yo no temo los asteroides, sino el “fuego del cielo”
de que nos hablan los mitos. Y éste viene directo del sol. Por eso me he
concentrado en las profecías que describen “nubes de fuego”, o el cielo
ardiendo, o incluso una aurora boreal de fuego. Taigi y los visionarios
cristianos mencionan este castigo divino, incluso la Virgen de La Salette y la
de Akita, en Japón, anuncian un “huracán de fuego”. Parravicini parece
describir lo mismo, pero dibuja meteoros en su psicografía, ése no es el final
anunciado por los mitos.
-Convengamos que
se aproxima bastante… y también menciona tres días de cataclismo en España y
otros tres en Norte y Centroamérica –el señor de anteojos hizo una pausa antes
de sacar otro as de la manga-. En otra psicografía habla de “un sol de
explosiones” que traerá caos al mundo. Según dejó escrito, ése será un “Caos de
Dios para anular el Caos del Hombre”.
-¿Nubes de fuego
estelar poniendo fin a una guerra mundial?
-Tal vez, tal
vez.
Quintana no se conformaba con imprecisiones,
quería una fecha concreta. Nuestro silencio reflexivo fue quebrado por una
señora muy bien puesta sentada cerca mío, quien mostró su erudición televisiva.
-Otro que
menciona el castigo divino es Mathias Stormberger…
-Ese es un
personaje ficticio –me vi obligado a interrumpir-. Fue creado por el autor John
Hogue, quien a menudo falsea las citas en su libro. Se inspiró para crearlo en
el legendario profeta bávaro Mulhiasl, cuyos vaticinios se desconocen. Hogue
puso en su boca lo que él quiso, y luego The History Channel difundió la
superchería.
Otra vez Antelo habló por lo bajo a
Quintana, esta vez cubriéndose la boca con la mano de modo que no pude oírlo.
Pero no hacía falta, ya podía adivinar lo que le dijo. Sí, me necesitaban.
-La forma en que
se refirió Taigi a los castigos celestes y humanos sugiere que ambos estarán relativamente
próximos en el tiempo, aunque no sean sincrónicos. –declaré a modo de resumen-.
Pero la profecía ya tiene doscientos años, y no hay forma de saber cuándo se
cumplirá.
-¿Cree poder
determinarlo si encuentra datos adicionales? –preguntó Quintana.
-Es posible
–repliqué. Necesito tiempo, y no prometo nada.
-Estaremos
encantados de oír sus novedades, si las hay –concluyó nuestro anfitrión-. Bien,
ha sido una sesión fructífera. Que venga ahora la música!
Desde el fondo del salón llegó una pareja de
bailarines, mientras empezaba a sonar “Loco” de Piazzola. El atuendo de los dos
me asombró: era un look tanguero futurista, el hombre casi en cueros, con
apenas un corbatín sobre la recia musculatura, pantalón largo de vestir,
zapatos charolados y sombrero de ala ancha. La mujer calzaba minifalda con un
tajo profundo, que permitía ver unas ancas perfectas; tacones altos y una blusa
de lamé con la espalda al descubierto, sobre la cual caía su trenza de un negro
reluciente.
-Qué espaldita…!
–musitó Quintana, entusiasmado.
Enseguida empezó la danza, con paso lento y
arrogante al principio, hasta caer en el abrazo; vertiginoso y apasionado
después, con los dos sacándose chispas en un torbellino de movimientos. La
mujer se enroscaba y desenroscaba en el cuerpo del hombre, como una boa deseosa
de paralizarlo; él, austero y medido, la levantaba en el aire, haciendo lucir
sus curvas perfectas, y la depositaba en el suelo otra vez, para reanudar la
danza. El final fue casi de cabaret, con el hombre lanzando su sombrero hacia
la mujer, quien lo atrapó entre sus piernas, junto con el último acorde.
Todos
aplaudieron con entusiasmo; Quintana parecía extático, casi enajenado. Miré
hacia los costados, y no vi a Malena. Entonces me fijé mejor en la bailarina, y
la reconocí: se había disfrazado con una peluca negra, para lograr un aspecto
más arrabalero.
-Bueno,
Quintana, ha sido un gusto. –dije poniéndome de pie.
-Lo mismo digo,
Demetrio.
-Gracias por su
invitación.
-Usted ya es uno
de nosotros. Le aviso cuando nos juntemos de nuevo.
-No dejaré de
faltar. –solté entre risas, para aliviar la formalidad.
Me despedí de Antelo y alguna otra gente.
Malena no estaba a la vista. Chau pichula, me dije, y abandoné el salón.