“Durante el
segundo año de nuestra residencia en Manchester, surgió en la región donde
vivíamos una agitación extraordinaria sobre el tema de la religión. Empezó
entre los metodistas, pero pronto se generalizó entre todas las sectas de la comarca
(…) Unos contendían a favor de la fe metodista, otros a favor de la
presbiteriana y otros a favor de la bautista (...) eran tan grandes la
confusión y contención entre las diferentes denominaciones, que era imposible
que una persona llegase a una determinación precisa sobre quién tendría razón y
quién no (...) Por consiguiente, de acuerdo con esta resolución mía de recurrir
a Dios, me retiré al bosque para hacer la prueba. Fue en la mañana de un día
hermoso y despejado, a principios de la primavera de 1820 (...) me arrodillé y
empecé a elevar a Dios el deseo de mi corazón (...) vi una columna de luz, más
brillante que el sol, directamente arriba de mi cabeza (...) Al reposar sobre
mí la luz, vi en el aire arriba de mí a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no
admiten descripción. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo,
señalando al otro: Este es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo! (...) pregunté a los
Personajes que estaban en la luz arriba de mí, cuál de todas las sectas era la
verdadera, y a cuál debía unirme. Se me contestó que no debía unirme a ninguna,
porque todas estaban en error (...) Sin embargo, no tardé en descubrir que mi
relato había despertado mucho prejuicio en contra de mí entre los profesores de
religión, y fue la causa de una fuerte persecución, cada vez mayor; y aunque no
era yo sino un muchacho desconocido, apenas entre los catorce y quince años
(...) los hombres de elevada posición se fijaban en mí lo suficiente para
agitar el sentimiento público en mi contra y provocar con ello una encarnizada
persecución; y esto fue general entre todas las sectas; todas se unieron para
perseguirme.”
La Perla de Gran Precio, Joseph Smith —
Historia 1:5,8,14-19,22
Dejé el coche a una cuadra, y caminé hacia
la mansión de Quintana. Instintivamente aminoré la marcha: en la puerta había
dos tipos de traje, con pinta de pertenecer al FBI. Golpearon la aldaba y
esperaron, mientras yo me les reunía con recelo. Uno conoce a la gente de su
país, y éstos eran forasteros, por la pinta y los gestos. Por fin abrió el
mayordomo, entonces el rubio declaró:
-Queremos ver a
Señor Quintana.
Fuimos introducidos al salón, donde ya
estaban todos reunidos. Apenas alcancé a saludar a Fabián y Rómulo, cuando el
anfitrión reclamó la atención general.
-Bienvenidos
todos. Hoy tenemos con nosotros a dos nuevos amigos, expertos en profecías
bíblicas. Será mejor que se presenten ellos mismos.
Con un gesto teatral cedió la palabra a los
recién llegados. El rubio se puso de pie y habló con ese acento marica que les
sale a los yankis cuando hablan español:
-Me llamo Jeremy
Osmond, y mi compañero es Jonas Bearn. Pertenecemos a la Iglesia de los Santos
de los Últimos Días, y estamos misionando desde hace dos años en Argentina.
Las mujeres asintieron apreciativamente.
Dos tipos nuevos, qué interesante. Y con el encanto agregado de ser forasteros…
-¿De dónde son?
–preguntó Eduviges, casi derretida.
-Venimos de Salt
Lake City, Utah.
-El caso es que
tocaron a mi puerta el domingo pasado para traerme la palabra de Dios –explicó
Quintana- y nos quedamos hablando de profecías un rato largo. Ahí se me ocurrió
invitarlos al club.
-Es buena idea
–apuntó Heriberto-. Ninguno de nosotros es especialista en profecías bíblicas,
que son la fuente básica de información sobre el Fin del Mundo. Ahí teníamos un
déficit.
-Por no decir un
agujero… esperamos que Jeremy y Jonas nos ayuden a subsanarlo.
No pude menos que estar de acuerdo. Aunque
leí algunos textos, nunca estudié la Biblia en profundidad. El Libro del
Apocalipsis, en especial, me parece un fárrago inútil. Así que estaba más que
dispuesto a escuchar a alguien que se hubiese tomado el trabajo de compendiar e
interpretar ese embrollo milenario. Quintana invitó a Jeremy a ocupar un
asiento junto a él en centro del salón, de manera que todos pudiésemos verle y
oírle con comodidad.
-Empecemos por
el principio. Ustedes forman parte de la “Iglesia de Jesucristo de los Santos
de los Últimos Días”. ¿Significa eso que para los mormones estamos en los
últimos días de la Creación?
-Así es. El
nombre fue impuesto por el fundador de nuestra iglesia, Joseph Smith. El
término “últimos días” se utiliza en la Iglesia Mormona al referirse a la
última dispensación de la Tierra. Indica el tiempo justo antes de la Segunda
Venida de Cristo. La Tierra, según las profecías del libro de Apocalipsis,
tiene siete períodos, cada uno señalado por una dispensación diferente. Estas
dispensaciones han comenzado con diferentes profetas; la primera fue iniciada
por Adán, la segunda por Enoc, la tercera por Noé, la cuarta por Abraham, la
quinta por Moisés, la sexta por Jesucristo y finalmente, la séptima por
Joseph Smith.
Cuando Joseph
Smith restauró la iglesia verdadera de Cristo a la Tierra, la última
dispensación de la Tierra comenzó. La doctrina mormona enseña que Cristo
vendrá otra vez a la Tierra durante esta última dispensación.
Ya que el
mormonismo enseña que estamos viviendo en los últimos días, se anima a los
miembros de la Iglesia a estar pendientes de las señales de la venida de
Cristo. Sin embargo, se les recuerda que no deben temer las cosas que vendrán.
-Ajá…
Hubo un silencio reflexivo, durante el cual
todos tratamos de asimilar la información.
-¿Algún
versículo describe la destrucción del mundo por el fuego? –preguntó Rómulo.
-Déjeme ver… ah,
sí. Está 2 Pedro 3:10, 11 y 12: “Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la
noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos
ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán
quemadas”.
“Puesto que todas estas cosas han de ser
deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir!”
“Esperando y apresurándoos para
la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose,
serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán!”
-¿Cuándo
ocurrirá eso?
-“En cuanto al
día y la hora nadie lo sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino solo mi
Padre". Eso dijo el Señor, cuando le preguntaron por el día de Dios y el
Juicio Final. Está en Mateo 24:36.
El segundo mormón, Jonas, dejó de lado su
timidez y se puso de pie.
-Antes de la
Parusía habrá señales: el retorno de los judíos a Israel; el reino del
Anticristo y la Gran Tribulación.
-La primera ya
se cumplió; y una guerra global podría equipararse a la Gran Tribulación. En
cuanto al Anticristo, cualquiera puede serlo. –replicó Rómulo.
-Estaríamos
entonces ad portas…?
-Depende de cuál
texto bíblico consideremos. El Nuevo Testamento fue escrito por diferentes
autores, no siempre concordantes entre sí. En ciertos pasajes del Apocalipsis
se habla de un reino de mil años luego de la Parusía del Señor –al final de la
Gran Tribulación- donde no habrá mal ni guerras, y sólo luego sobrevendrá el
fin de los tiempos y el Juicio Final. Pero en muchos otros pasajes del Nuevo
Testamento ese reino de mil años no existe; en esos textos Parusía y Juicio
Final son lo mismo, viene Jesús sobre una nube para arrasar el mundo, y juzgar
a justos y pecadores. ¿Qué sentido tendría la cólera divina después de mil años
de paz? La Ira del Cordero sólo se justifica con un mundo sumido en el pecado.
-Yo no creo
posible un período de mil años sin guerras, y mucho menos sin mal. –intervino
un señor mayor.
-Yo tampoco,
seamos realistas –coincidió Quintana.
-Eso decide la
cuestión. No hay paz que dure mil años, ni reino de Jesucristo en la Tierra. El
Día de Dios es el Juicio Final, mondo y lirondo –sentencié.
-Estamos nomás
en los Últimos Días, como sostienen nuestros amigos mormones. –apoyó Rómulo.
-Los justos
serán arrebatados al cielo, y sólo quedarán los pecadores cuando venga el Señor
–se ilusionó Jonas Bearn.
-Los malos serán
fulminados por los ángeles –afirmó con sorprendente ingenuidad Jeremy Osmond.
-Bien… -concluyó
Quintana- algo sacamos en claro. Un pasaje de la Biblia describe el “Día de
Dios” como un cataclismo de fuego, eso coincide con otras profecías que venimos
estudiando. La señal previa a eso es la Gran Tribulación… quizás la tercera
guerra mundial que parece estar incubando ahora mismo. No falta mucho entonces.
Jeremy Osmond se puso de pie y cantó con voz
clara un himno evangélico, secundado por Jonas Bearn. Aunque no había creyentes
en el club aparte de ellos, todos los oímos encantados. Cuando concluyó la
canción, el eco de sus voces quedó flotando con una pureza de campanas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario