Limusinas. Audi.
BMW. Choferes aburridos en sus coches estacionados, o conversando entre ellos
en la vereda. Esto me encontré al llegar a la siguiente sesión del club. Menos
mal que había dejado mi auto estacionado lejos… no saldría bien parado en las
comparaciones. Quintana se había desecho de algunos miembros indeseables, y
volvía a congregar gente de su propio nivel social.
El mayordomo me llevó al salón principal, y
por un momento tuve la impresión de viajar al pasado. Gente de traje, conversaciones
bajas, cabellos grises o blancos peinados con prolijidad… jueces, me dije.
Conozco esa formalidad excesiva, las expresiones graves de quienes tienen
puestos de responsabilidad legal. Antes de encontrar a ninguno de mis amigos,
di con una cara conocida en otro ámbito: los Tribunales.
-¡Doctorazo!
El hombre me miró sin reconocerme, pero yo
sabía bien quién era él.
-Martín Silva
Garretón, el mejor juez del país –continué, y no estaba mintiendo.
Una sonrisa iluminó el rostro del aludido,
aún sin abandonar del todo su recelo ante un desconocido.
-Yo tramité seis
amparos en su Juzgado. En todos los casos recuperé los dólares de mis clientes.
Ahora sí, la sonrisa se ensanchó. El juez
sabía que sus fallos sobre el corralito financiero del 2001 habían hecho
historia.
-Gracias. Usted
es abogado, supongo.
-Así es. –le
dije mi apellido, y enseguida se acordó.
-Firmé miles de
sentencias, pero el suyo es un apellido difícil de olvidar.
-Usted
estableció la doctrina justa, y toda la Justicia lo siguió.
-Claro, el
primer fallo sienta doctrina.
-Me alegro de
verlo.
-Igualmente.
Pasé de largo sin preguntarle qué pito
tocaban él y los demás cuervos del foro en esta reunión. A Quintana le gustaba
invitar gente nueva, tal vez ésa era la explicación. Malena se vino derecho
hacia mí y se colgó de mi cuello de una manera escandalosa. No suelo dar este
tipo de exhibiciones, pero a ella le gustaba, por lo visto. Casi no hizo otra
cosa en toda la reunión que frotárseme como una gata en celo. La verdad, no
hubo mucho más que hacer, pues ni siquiera hubo sesión propiamente dicha. Todo
se diluyó en un cóctel con canapés, como en cualquier recepción de embajada.
-Y el ala más radical
del kirchnerismo propuso ahuyentar a los fondos buitre…
-Pero Kicilof
firmó un acuerdo muy conveniente para ellos.
-El que está con
la soga al cuello es Boudou.
-¿Quién lleva la
causa por la impresión ilegal de billletes?
-No sé… che,
Pepe, ¿a vos no te sortearon el asunto Ciccone?
-¡Cruz diablo!
No, por suerte.
-No tengas
miedo. ¿Cuándo perdió su puesto un juez por cuestiones políticas en este país?
-Vos reíte, ya
te va a tocar.
-Yo estoy en la
Justicia Civil, ahí no cae nada del gobierno. El problema lo tenés vos, que sos
Contencioso Administrativo…
La gente de
derecho se daba por muy contenta con beber y comer mientras charlaban sobre política
y delitos económicos, sus dos temas preferidos que en la práctica eran uno
solo.
A eso de las doce todos se retiraron, y quedamos
sólo los íntimos. Quintana lucía satisfecho por el brillo social de su ágape,
aunque con un resabio vacío en la mirada. La reunión había sido glamorosa pero
improductiva, y él lo sabía. Tal vez para contrarrestar ese estado de ánimo, le
conté mi hallazgo de nuevas precisiones ofrecidas por la beata Taigi sobre la
época del “castigo divino”. El efecto de mis palabras sobre su espíritu fue
comparable al de quien recibe una dosis de cafeína u otro estimulante. Y lo
sintió no sólo Quintana, sino también Heriberto, Fabián y Rómulo. Automáticamente
las miradas se encendieron, el sopor confortable se desvaneció como por
ensalmo, y una especie de electricidad galvanizó al grupo.
-Así que según Taigi,
el castigo divino vendrá cuando la Iglesia ya no pueda hacer frente a las
persecuciones. Esto ocurre ahora mismo, si contemplamos la situación de los cristianos en Medio Oriente, donde fueron prácticamente exterminados por el Estado Islámico.
-Estamos jugando en tiempo de descuento. Se nos viene la noche...
-Paremos un
poco. Paremos –se asustó Fabián-. Hay muchos profetas, no podemos basarnos sólo
en Taigi. Antes de convencernos de que todo se va al carajo, hace falta la
confirmación de otro profeta importante.
-Un segundo
diagnóstico –apoyó Quintana-. Como cuando alguien tiene cáncer… no se da por
muerto así nomás. Consulta con otros doctores.
-Nostradamus no
concuerda. Su Fin del Mundo está muy lejano.
-Dejame de joder
con Nostradamus, Rómulo. Ese tipo no sirve, ya te lo dije. Quiso predecirlo
todo, y al final no predijo nada. Quien mucho abarca poco aprieta.
-No es santo de
tu devoción, eso ya lo sé.
-¿Otro?
–Quintana evitaba las polémicas inútiles, como siempre. Sólo le interesaban los
resultados.
-A esta hora ya
no me funciona bien la cabeza –se quejó Fabián-. Los jueces me jodieron las
ideas.
-¡Qué manera de
sacar el cuero a los políticos!
-Tienen miedo de
perder sus puestos.
-Con el sueldo
que cobran…
De pronto, una luz se hizo en mi cerebro al
conjuro de la palabra “Jueces”.
-¡Lo tengo!
Todos me miraron, extrañados por mi grito.
-La profecía de los
Papas… ¡cómo no me di cuenta antes!
-¿De qué habla,
si se puede saber?
-El último
párrafo se refiere al Papa actual y a la persecución de la Iglesia que estamos presenciando. Pero los males de Francisco no terminan ahí. Al final de su pontificado "la ciudad de las siete colinas será destruida y el Juez tremendo juzgará al pueblo”. Nunca me gustó esa frase.
-Da un poco de
miedo, es verdad.
-En lugar de
decir Dios, o Jesús, dice “el Juez”. Nunca había entendido por qué.
-¿Y ahora lo
entendió?
Asentí con la cabeza y miré a Quintana a los
ojos.
-Porque está
hablando del Juicio Final.
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